
Por una de esas casualidades, la noticia coincide con la apertura de la feria de ARCO. Principio y fin, lugar de reencuentro entre dos extremos que se tocan, aunque en detrimento de uno de ellos. La andadura iniciada hace 64.000 años en las paredes de una cueva ha atravesado toda la historia de la humanidad, alcanzando momentos sublimes cuando persiguió satisfacer el anhelo de belleza del ser humano, y termina momentáneamente en ARCO, que bien podría verse como el símbolo del extremo del arco recorrido. Estas ferias de arte contemporáneo suelen ser el paraíso donde la anécdota de las mayores extravagancias se presenta como categoría artística, sin que nadie explique sus méritos. Aquí fueron las vulgares fotos de unos delincuentes puestas en una pared; en otras se han visto, por ejemplo, una zapatilla colgada de un clavo, una vitrina vacía en una habitación vacía, un simple cubo y una fregona, y no digamos el famoso urinario de Duchamp o los botes de excrementos de Manzoni. Es falso que la misión del arte sea, como se oye a veces, la de transgredir porque sí ni mucho menos la de ofender. La transgresión como finalidad, la provocación gratuita, la ofensa por sistema convierten el arte en propaganda y en un simple elemento de agitación. Si al arte se le priva de su capacidad de emocionar, conmover y despertar lo más elevado que hay en nosotros, no queda más que una mera manifestación utilitaria.
Desde luego uno siente una emoción más intensa y un respeto infinitamente mayor por esas humildes rayas de los neandertales que por las obras de esos avispados engañabobos que tapan su incapacidad tratando de pobres ignorantes a los que no vean sus mamarrachadas como obras geniales.