miércoles, 6 de diciembre de 2017

Y que cumplas muchos más

Está a punto de entrar en la cuarentena, esa época en que la vida alcanza el grado más próximo a la plenitud, y parece que no hubo nunca otro tiempo, de difícil que nos resulta imaginarnos sin ella. Hoy es su cumpleaños, el treinta y nueve, y no sabe uno si apagarle las velas entonando una alegre canción o dedicarle una mirada preocupada. Es todavía una dama de buen ver, lozana y saludable, pero ya hay por ahí unos cuantos tratando de encontrarle achaques sin cuento, y otros más faltándole al respeto y tachando su cuerpo de decrépito, a ella, que es la más joven de todas las de nuestro alrededor. Nació de un momento de inusual concordia en un tiempo difícil, bajo el buen augurio de haber conseguido lo que no pudo conseguir ninguna de sus predecesoras: satisfacer a todos sin contentar plenamente a nadie. Luego ejerció mansamente su función de amparo y de último refugio ante las borrascas, incluso cuando alguna de estas amenazó con convertirse en tormenta de naufragio. Pero ahora, en los últimos años, está siendo objeto de torvas miradas por sectores que desearían su fracaso, cuestionada de forma explícita por el nuevo partido aparecido últimamente, y hasta violada abiertamente por los representantes de un poder autonómico, que están donde están gracias a ella. Menos mal que ella misma albergaba su propia salvaguardia, que demostró ser la de España.
Pues aún está la cumpleañera con cintura flexible para seguir adaptándose a los tiempos vertiginosos que le ha tocado vivir, sin que se le salten los corchetes. Aun así, algún retoque sí que convendría hacerle. Por ejemplo, ampliar y blindar de forma inequívoca las competencias del Estado, devolviéndole algunas que, como la educación, se cedieron a las autonomías con más generosidad que prudencia. O modificar los criterios de representación electoral para evitar que partidos con media docena de votos alcancen un poder absolutamente desproporcionado a su implantación real. O incluir la supresión de los aforamientos de sus señorías. O eliminar los anacrónicos privilegios forales, que, al igual que en el caso anterior, contradicen a la propia Constitución en su artículo sobre la igualdad de todos los españoles. O dar al Senado una función más moderadora y con mayor capacidad de de decisión. O igualar los derechos de sucesión al trono entre hombre y mujer, cosa esta que parece ser la única en la que todos están de acuerdo. O, aunque parezca mentira, fijar en su texto de una vez por todas qué territorios forman España, a ser posible dentro del Título Preliminar, para evitar ocasionales tentaciones de reforma. Cosas todas que la harían a ella más fuerte y a nosotros más seguros ante los intentos de quienes se acogen a su amparo para destruirla. Lo difícil será conseguirlo con la clase política que tenemos ahora mismo.
Pero brindemos hoy por sus treinta y nueve años y por otros tantos que cumpla. Brindemos con sidra o con un vino de denso sabor castellano o con un albariño fresco y juguetón, con manzanilla o pitarra, con horchata o pacharán, y por supuesto con cava, que es bebida que parece avenirse bien con la Constitución.

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