miércoles, 19 de julio de 2017

Un poder que quizá no tengamos

El ardiente verano, que está marcando registros de calor más altos de lo habitual, y algunas manifestaciones, como una gran grieta en un glaciar antártico, parecen confirmar que algo está cambiando en el clima. Nada anormal, si pensamos en el modo de ser de nuestro planeta. Buen objeto de estudio para los científicos y buen reclamo para los catastrofistas, agoreros, aprovechados y políticos oportunistas, que tienen aquí materia de resultados eficaces para conseguir sus fines sin coste ni desgaste alguno. En los peores casos, la verdad les importa tanto como la salud del planeta; lo que importa es señalar a un culpable entre los contrarios.
El cambio climático es una realidad, nadie lo duda porque es fácilmente comprobable. Se dice que la temperatura global ha aumentado un poco en el último siglo y que la tendencia es a seguir subiendo. Pero otra cosa es que nosotros tengamos que ver con eso. Por lo menos cabe dudarlo. En los cuatro mil millones de años de existencia que tiene la Tierra ha vivido en un continuo cambio climático. A un período glacial intenso sucedía otro de calentamiento. La última de las muchas glaciaciones que sufrió la Tierra, la Würm, terminó cuando ya el hombre estaba pintando las paredes de sus cuevas, hace unos 10.000 años, y desde entonces el planeta no ha dejado de calentarse, no precisamente por culpa de la acción humana. La Tierra no es un planeta tranquilo; toda su existencia fue una sucesión continua de crisis, como si fuese incapaz de completar su evolución. Ella misma genera sus propias emanaciones destructivas y las hace suyas en un continuo proceso; basta pensar que la actividad volcánica a lo largo de tantos millones de años lanzó y lanza más gases a la atmósfera que toda nuestra acción humana, lo que confirma la capacidad de nuestro planeta de regenerarse a sí mismo. La atmósfera y la capa superficial de la Tierra se comportan como un todo coherente que se autorregula. Ahora vivimos en un periodo postglacial, inicio de otro de calentamiento, y no parece creíble que, aun en el caso de que lográsemos eliminar toda actividad industrial se detuviera el proceso de evolución térmica del planeta. Decir que somos nosotros los causantes de la variación del clima es atribuirnos un poder que seguramente no tenemos. Nos creemos más de lo que somos. El hombre no puede controlar la Naturaleza.
Parece que siempre hay alguien interesado en que vivamos en perpetuo temor, alguien que encuentra beneficio en nuestro miedo, alguien que sabe sacar provecho de la inquietud del hombre por lo desconocido, como si a pesar de todo no siguiésemos aquí. La zozobra de la vida, convertida en un producto comercial. Por supuesto hemos de procurar cuidar este planeta porque es todo lo que tenemos y porque nos importa él más a nosotros que nosotros a él. Pero antes de aceptar cualquier afirmación o acudir a cualquier llamada por amplia que sea, conviene pensar e informarse, aunque sea a costa de salirse del círculo. La verdad tiene muchos enemigos. Puede, por ejemplo, estar en brazos de intereses ocultos o de los habituales demagogos que se apuntan a todas las causas.

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