miércoles, 5 de julio de 2017

El nuevo nombre de la mentira

La verdad es eso que a todos nos cuesta decir cuando no es aliada nuestra, aunque reconozcamos que es lo único que nos permite estar en paz con nosotros mismos. Dicen que nos hace libres, pero a la vez esclavos de sus consecuencias, una bendita esclavitud que trae consigo serenidad de espíritu y ausencia de temores. Sobre ella se sostienen el resto de virtudes, porque si ella se ausenta todo se apoyará sobre la falsedad. Pues ahora le ha salido una hermanastra a la que los turiferarios de la modernidad han aplicado el nombre de posverdad. Palabra extraña y sin mucho sentido, porque posverdad significaría después de la verdad, y después de la verdad solo hay un conocimiento más auténtico de la realidad. Desde luego no está la mentira, ni siquiera una especie de verdad ectoplásmica no sujeta a demostración, que es el significado que dan a la nueva palabreja. La posverdad viene a ser una verdad que se basa en fuentes no demostrables empíricamente, o sea, lo que llamamos una falsa verdad o al menos una verdad dudosa. "Toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público", dice la definición propuesta para su inclusión en el diccionario académico. Según eso, papá Noel, por ejemplo, sería una posverdad. Y también el rapto de Europa, la Santa Compaña, el "España nos roba", la superioridad moral de la izquierda, la chica de la curva o las visitas de extraterrestres. Mentiras que, de tanto repetirse, acaban siendo tenidas por verdad. Es decir, lo que siempre hemos conocido como manipulación.
Y no, no es posible desdibujar los contornos de la verdad en beneficio de algo, porque hay una imposibilidad práctica de creer en lo que no es verdad. Russell, con su rotundidad acostumbrada, llegó a una conclusión muy clara: "Si algo es verdad, es verdad; y si no lo es, no lo es. Si es verdad debes creerlo, y si no lo es, no debes creerlo. Es fundamentalmente deshonesto y dañino creer en algo solo porque te beneficia y no porque pienses que es verdad".
La aparición de la posverdad como concepto a tener en cuenta es un indicador de algo que encontramos a lo largo de toda nuestra historia como seres humanos individuales y como sociedad: que lo que rige al mundo es el temor a la verdad. Es una característica nuestra: no queremos la verdad; solo queremos que se nos disfrace la mentira, y eso lo saben muy bien los que aspiran a dominar nuestras vidas. A los niños les queda la verdad como un adorno en el rostro que les trasluce una conciencia aún sin trabas y una ausencia de resabios. A los adultos, en cambio, la verdad es como un peso colgado del alma, que debiera ser pluma ligera y gratificante, pero que no lo es. Decir la verdad está coartado casi siempre por algún temor: el de exponerse a toda clase de improperios, el de que se vuelva contra nosotros, el de ser excluido del batallón de la progresía, el de quedar como ignorante o -el más noble- el de ofender. En cambio, los que desde sus propios intereses traman sus planes contra todos nosotros tienen en la mentira y la posverdad su arma más eficaz. Por eso su primer empeño es que no tengamos más remedio que aceptarlas.

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