
A uno le da la impresión de que tanta contradicción de conceptos tiene bastante que ver con la esencia misma del asunto. Globalización viene a ser sinónimo de universalización. Es decir, que se está contra el impulso que tiende a hacer universales las cosas. Pero entonces aparecen unas cuantas preguntas. ¿Se está a favor de que no se globalicen la técnica, la salud, el conocimiento científico, la democracia, los derechos? ¿Se pretende que cada civilización viva de su propia producción cultural? ¿Se reclama que no haya trasvases de conocimientos entre las distintas sociedades que habitamos este planeta? Pues entonces flaco favor le hacen estos reivindicadores a más de la mitad de la humanidad, si tenemos en cuenta que los avances técnicos y científicos, la medicina, el pensamiento filosófico, las teorías sociales y políticas basadas en los conceptos de libertad y dignidad individual son obra casi exclusiva de la otra mitad. Es decir, del denostado Occidente. Si cada uno se hubiera arreglado solo con sus ideas, medio mundo seguiría en el Neolítico.
Las movilizaciones suelen ir contra cualquier reunión del G20, del Banco Mundial, el FMI o algún organismo internacional de esos de los que la mayoría de nosotros apenas sabemos más que el nombre, pero en todo caso mucho ruido parece para tan oscuro objetivo. No es probable que, aun queriéndolo, estuviera en sus manos poner puertas a una marea que lo ha ido anegando todo desde el primer viajero que descubrió que, si vendía en Samarcanda un producto europeo, le pagarían con una seda que luego podría vender en Europa, con el consiguiente beneficio. Que le pidan cuentas a ese. Entretanto, y a falta de más propuestas que el mero vandalismo, seguirán etiquetados como una manifestación más del peor populismo.
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