miércoles, 14 de junio de 2017

Más que un acto heroico

Cómo necesitamos oír palabras como generosidad, valentía, heroísmo. Qué sensación tan gratificante la de leerlas y oírlas en medio de tanta vulgaridad, aliñada con una insufrible negatividad, como nos rodea. Por una sola vez, hasta los medios en los que jamás se oye un comentario positivo sobre nada, ni una sola palabra que reconforte, ni una noticia que encierre alguna esperanza, han tenido que pronunciarlas, aunque no fuera más que por no quedar en evidencia. Ese chico que perdió la vida en un puente de Londres por tratar de salvar la de otros nunca sabrá que su gesto fue algo más que un simple acto de heroísmo ante un hecho criminal; fue un aldabonazo que ha resonado en todo el país por encima del miserable ruido cotidiano y que por un momento nos ha situado en una dimensión en la que nos es necesario emplear palabras que ya creíamos olvidadas. Algo que se nos había debilitado ha vuelto a salir a la luz para reconciliarnos con lo mejor de nosotros mismos, y así lo hemos percibido. En estos tiempos en que tantos cobardes se amparan en el anonimato de las redes para ofender, un acto de valentía en defensa de otro alcanza categoría excepcional. Las manifestaciones de sincera admiración ante el hecho y las muestras de apoyo a la familia dan el verdadero reflejo de los sentimientos tantas veces escondidos porque casi nunca tienen ocasión de aflorar. Cuántas verborreas inútiles, cuántas soflamas campanudas, cuántas peroratas huecas y enfáticas palidecen ante las sencillas palabras de una chica afirmando que algo tan triste y tan duro como la muerte de su hermano se está convirtiendo en algo más bonito que les hace quererle más a él y a su familia, a sus amigos y a su país.
No está al alcance de la mayoría de nosotros enfrentarnos a un peligro cierto por salvar a alguien que no conocemos y al que ni siquiera hemos visto nunca; solo algunos se atreven a dejar salir a ese Don Quijote que todos llevamos dentro, pensando más en el bien a conseguir que en las consecuencias que le puede acarrear. El héroe casi nunca lo es por su triunfo; lo es por su afán de remediar con riesgo de sí mismo una situación en la que alguien sufre, sobre todo si ese sufrimiento viene dado por la maldad de otro. Puede que su sacrificio sea en vano, pero eso no le resta ni un ápice de mérito; solo lo tiñe de amarga melancolía. Un héroe es aquel que hace lo que puede; los demás no lo hacen.
Aquel héroe de nuestras lecturas infantiles que todos quisimos ser, hace ya tiempo que murió en nosotros, y el héroe histórico que realizaba grandes hazañas por su patria y alcanzaba la inmortalidad en crónicas y poemas, ya no es de este tiempo. Los de ahora no asaltan fortalezas ni conquistan imperios. Son héroes anónimos que surgen de pronto, cuando más los necesitamos, para sacudir nuestro escepticismo y traernos el convencimiento de que las lecciones de grandeza vienen más fácilmente de la mayoría callada que de esos esforzados paladines de la tropa mediática que nos lo arreglan todo con su palabrería. Por lo menos esta vez no han tenido más remedio que estar de acuerdo, lo que también es otra hazaña.

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