miércoles, 21 de junio de 2017

De una, muchas

Lo han decidido unos señores en una reunión de su partido. Así, a paso lento, para darnos tiempo a digerir sus decisiones, los partidos políticos se van apoderando de casi todos los ámbitos de la sociedad. Su función de cauce de las distintas corrientes políticas y de los intereses públicos se ha ido desbordando hasta afectar a todos los campos, por ajenos que parezcan. Nada está libre de sus garras; ni las conciencias, ni las costumbres, ni la lengua, ni la historia. Acomodan los conceptos a su modo para adaptarlos a sus propósitos, incluso violentando a menudo la labor hecha por el tiempo y sin importarles lo que puedan tener de elementos de entendimiento. Sobre todo los llamados a sí mismos progresistas tienen una especial tendencia a trastocar todo lo que sea con tal de adaptarlo a sus intereses sectarios, como si solo en ellos residiese la verdad absoluta. Si la lengua es un inconveniente, se la modifica a la brava por muy milenaria que sea; se reúne un congresillo del partido y decide cómo tenemos que hablar a partir de ahora: el nuevo léxico a emplear, la extinción del género como categoría gramatical, las palabras vetadas y los eufemismos que las han de sustituir. La nueva censura será implacable con quien tenga la ilusa pretensión de hablar en libertad.
Ahora, en otro congreso de partido, este nacional, los asistentes han establecido que España no es una sola nación, que son muchas, que no se trata de una única realidad, sino de unas cuantas, que la solución a nuestros problemas de cada día está en reconocerlas y que la mención a una sola nación es desde ahora un concepto inexacto. O sea, para que lo entendamos, que España viene a ser como una matrioska, una muñeca de esas cuyo interior está formado por otras muñecas más pequeñas. Debemos de ser el único país que cuenta con políticos que defienden la existencia en él de un proceso de mitosis. Antes debían de ser muy cerriles al no darse cuenta de que no tenían una sola nación. Cuando, por ejemplo, en el Quijote un personaje llama al hidalgo honor y espejo de la nación española, nadie entendería que lo hubiera hecho en plural; a ninguno de sus contemporáneos se le ocurriría plantearse que pudiera haber más de una. Pero eso se arregla con unas papeletas; se vota y ya está. Claro que eso es como votar para derogar la ley de la gravedad. Recuerda a aquel ayuntamiento de un pueblo de Tarragona que, reunido en sesión extraordinaria en 1937, sometió al pleno la cuestión de la existencia de Dios. Por unanimidad, todos los concejales votaron que no, así que declaró oficialmente que Dios no existía y así se hizo constar en acta.
Quiénes son estos señores para dictaminar lo que es España. Qué autoridad intelectual les avala, qué reflexión les acredita, en cuál de las muchas definiciones de nación se apoyan, qué argumentos, fuera de los puramente afectos a la política coyuntural, ofrecen como soporte de su afirmación. Y quiénes son esa pandilla de salvadores de petulante palabrería y escasas lecturas, cuando no directamente iletrados, para obligarnos a usar el idioma según sus criterios sectarios. Quiénes son todos ellos para cambiar la esencia de nuestro modo de ser y estar como país, fruto del sedimento de tantos siglos.

1 comentario:

Mónica dijo...

Gracias,señor escritor,por expresar tan bella y claramente las ideas que los que no estamos dotados para ese don no sabemos expresar.Mi pensamiento es el mismo,España ha sido y es una,como lo atestiguan siglos de historia.Gran culpa de quiénes dan tanto eco a estas ocurrencias y ninguno a los que saben... enhorabuena y gracias