miércoles, 1 de marzo de 2017

No es tiempo para la lírica

Algo se nos va perdiendo día a día sin que nos demos cuenta, algo que no echamos de menos ni echaremos hasta que el tiempo nos lo convierta en una carencia insoportable. Y es que corren malos tiempos para la lírica, amigos. El viento de no sé qué modernidad se está llevando por delante la dulce entrega a la evocación y hasta la misma poesía, como si fueran las hojas inservibles de un parque en otoño. Ya marchita la rosa el viento helado, todo lo muda esta edad ligera. A ver qué niño de ahora conoce algún romance o alguna de las fábulas de Iriarte o Samaniego, que antes todos se sabían de memoria; a ver quién es capaz de recitar las décimas de Segismundo o siquiera algún soneto; a ver cuántos pueden citar en voz alta versos que hablen de honor, de libertad o de amores escondidos. Buena escoba traéis, mudanza fuerte, que sin piedad ni amor todo lo cambias. Pregunten a los niños por impronunciables nombres de aplicaciones de móvil y de ordenador o a un joven por los secretos de cualquier red y obtendrán no sólo una respuesta exacta y extensa, sino también un rostro iluminado por la íntima satisfacción del conocimiento. Pero no les habléis del olmo seco hendido por el rayo ni de qué tengo yo que mi amistad procuras, porque veréis en su cara un gesto de extrañeza, cuando no de desagrado. Así es, amigo, qué se le va a hacer.
Y el caso es que esta cuarta o quinta revolución tecnológica tampoco va a traernos la menor solución a ninguna de nuestras inquietudes espirituales, ni va a colaborar en la búsqueda de los tres grandes objetivos que nos enseñaron los griegos y que nadie ha logrado invalidar como modo de ser mejores como individuos y como sociedad: la belleza, la bondad y la verdad. Más bien al contrario. Ninguna realidad tecnológica puede ser en sí misma un fin, como parecen pretender esos falsos progres miméticos y obsesionados por el temor de perder no sé qué tren, sino que se trata tan sólo de un medio para alcanzar un objetivo mucho más alto y bastante más lejano, y que tiene que ver con la realidad más profunda del hombre. Parece que alguien gana con que no coticen los sentimientos. Ya se alzó en un parlamento autonómico la voz de una boca seca de no besar, clamando contra el amor romántico y sus terribles consecuencias sobre la igualdad de género. Qué equivocados estuvimos todos hasta ahora. Qué bonita y ejemplar habría sido la historia literaria sin Julieta ni Dulcinea ni Melibea ni Emma Bovary. Qué maravilloso modo de entrar, desprovistos de lastres absurdos, en el mundo de la auténtica corrección, el de las relaciones establecidas sobre unas coordenadas de implacable igualdad, sin los condicionantes artificiosos que hemos fabricado y que tienen nombres como ternura, dulzura, cariño, amor.
Si algún atractivo tiene para uno la posibilidad de vivir doscientos años, sería la de ver qué clase de seres humanos hemos contribuido a dejar en este planeta. Vamos a creer que los griegos tenían razón y que la búsqueda de sus tres conceptos seguirá suscitando preocupación; eso indicaría que, a pesar de todo, la esencia del ser humano prevalece como parte inherente a él. Pero entretanto, amigo, lo dicho: corren malos tiempos para la lírica.

No hay comentarios: