miércoles, 15 de febrero de 2017

Los congresos

Estuvo el fin de semana ocupado por los congresos de dos partidos, a izquierda y derecha, coincidentes en el mismo tiempo y en la misma ciudad, y los dos con todas sus velas desplegadas al aire de la actualidad. Bien nos enteramos, desde luego, porque hay que ver el tiempo sin medida que dedicaron casi todos los medios a tan altos acontecimientos. Y todavía queda el relato del postcongreso, que prolongará la felicidad de algunas cadenas durante unos cuantos días, en un proceso que agota su carácter informativo para convertirse en opinión, y que termina convirtiendo la opinión en una mera secuela epigonal.
Los congresos vienen a ser el vértice sobre el que se sostiene todo el entablamento doctrinal del partido en esa religión laica que es la política. Allí se fijan los dogmas, se consagra a su sumo sacerdote, se decide la liturgia, se nombran los acólitos y hasta las víctimas a sacrificar, si es el caso. Al igual que la Iglesia se reúne en concilio para examinar su rumbo, los partidos convocan sus congresos más o menos para lo mismo. Solo que la Iglesia mide la distancia entre sus concilios por siglos, y los partidos se reúnen para verse las caras cada tres o cuatro años; se ve que necesitan una mirada mucho más vigilante sobre sus interioridades.
La tipología de los congresos es muy poco variada; apenas ofrece diferencias de una formación a otra e incluso de un país a otro. Todo consiste en enardecerse con las propias ideas y hacer que los asistentes se transmitan unos a otros la certeza de que son imprescindibles para la sociedad. Lo que sí varía son las circunstancias de su desarrollo. Hay congresos a los que se va con los egos ya defraudados previamente, quizá porque afloraron a destiempo, y entonces todo transcurre sin sobresaltos, se adivina en el aire sosegado un aleteo de palomas blancas, y los resultados se reciben con la naturalidad de lo previsible. Hay otros, en cambio, a los que los aspirantes al cetro de mando acuden lanza en ristre, con la mirada clavada en las defensas del adversario y la sonrisa tratando de ocultar los colmillos afilados, configurando la puesta en escena de un ajuste de cuentas. Alguno se desmelena, literalmente, quizá para aprovechar el principio del temor a la apariencia, mientras otros recurren a las palabras y actitudes que generen un proceso empático en su torno. Se prevé en el ambiente un duelo en la alta sierra con final a decidir por los pulgares alzados en las gradas. Luego, la experiencia casi siempre nos dice que, después de decirse lo que callaban, callar lo que decían, jurar fidelidades o hacer ademán de requerir la espada, miraron al soslayo, fuéronse y no hubo nada. Los problemas nacen cada día y requieren atenciones que no están escritas en ningún manual previo, y en el próximo congreso ni siquiera se examinará el cumplimiento de las conclusiones de este y volverá a surgir alguna voz nueva para hacer viejos a los cachorros de hoy.
Poco de esto importa al ciudadano. Las miradas al ombligo tienen un interés limitado para los demás, por mucha forma de círculo que tenga, y al final lo que cuenta es el día siguiente y el otro.

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