miércoles, 1 de febrero de 2017

Basura en la red

Cuenta el filósofo Leszek Kolakowski que, un tranvía de la Polonia comunista, oyó a su conductor decir esta frase a los pasajeros: "Por favor, avancen hacia atrás". Ningún esfuerzo literario daría como resultado un hallazgo tan expresivo para referirse a los aires que cimbrean nuestra sociedad. Nunca un oxímoron ha generado un sentido tan exacto a partir de sus términos contradictorios. Avanzar hacia atrás, ser conscientes de ello y estar encantados, tal es la trilogía que esta nueva revolución parece haber elegido como lema. Cuando cabría esperar que tantos siglos de aportaciones éticas y de aprendizaje social hubieran depurado y agudizado el afán por el buen gusto, el respeto ajeno, la educación y las buenas maneras, el acceso masivo a las redes sociales nos descubre cuánta miseria puede albergar el ser humano cuando se sabe amparado por el anonimato y la impunidad. Basta cualquier muestra en cualquier momento. Por ejemplo, una de estos días. Un descerebrado rellena unas galletas con pasta de dientes y se las da a un mendigo. Naturalmente, graba su hazaña y la difunde por la red; el abuso de la necesidad del otro ha de tener su crónica; la humillación necesita espectadores que admiren la genialidad de su autor. Y vaya si los tiene. Resulta que el individuo este cuenta con más de un millón de seguidores en las redes sociales. Un millón de cretinos siguiendo las hazañas de un imbécil. Si él mismo se autodefine como un inmaduro, qué serán entonces todos esos que permanecen atentos a su pantalla.
Ese es el terrible lado oscuro de un medio que ha venido a revolucionar todo lo hecho hasta ahora en materia de comunicación, y que sería realmente formidable si lograra algún modo de depurarse a sí mismo y dejar de ser el vertedero donde se arrojan todas las inmundicias que los cobardes llevan dentro, aprovechando su escondite y la indefensión de los destinatarios. Burlas a costa de los más débiles, insultos despiadados, apología de los asesinos, chistes crueles, mentiras interesadas y calumnias injuriosas, todo tiene cabida en ese río convertido en cloaca. Por supuesto, a su miseria moral se añade una absoluta indigencia de expresión, con un lenguaje compuesto por media docena de palabras mal escritas y peor dispuestas. No puede ser de otro modo; a cada contenido le corresponde su envoltorio. Ese es otro de los aspectos negativos que nos están descubriendo los recién llegados modos de comunicación, su incidencia en el empobrecimiento de la lengua.
Lo preocupante del tipo ese de las galletas no es él, ni siquiera su gesta; es la legión de seguidores a quienes interesa. Ya nos lo advirtió Gibbon al analizar la decadencia de Roma: todo lo humano, si no avanza, debe retroceder; solo que ahora a eso se le llama progresismo. Hemos olvidado lo que las voces más sabias del pasado y la propia Historia nos advierten continuamente: que el verdadero instrumento del progreso de los pueblos está en el hecho moral. Y si el modo más fiable de enjuiciar el estado moral de una sociedad es observar cómo actúan sus instintos primarios en la impunidad, la nuestra presenta síntomas sobre los que habría que reflexionar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un articulo excelente, lo habitual en este escritor. Ademas de hacernos pensar en un tema tan actual, al estar tan buen documentado y redactado se aprende una leccion de cultura y de escritura, cosa siempre necesaria.