De la voracidad del capital para triturar cualquier cosa que le dejen con tal de incrementar su cuenta de beneficios, sabemos mucho con sólo mirar alrededor. Lo tenemos en nuestras costas, en nuestros campos y ciudades, aquí en la nuestra y en cualquier otra del mundo, especialmente allí donde las leyes no se muestran demasiado contundentes en defensa de sus víctimas más indefensas, como el arte y la naturaleza. El afán de ganar dinero a costa de lo que sea es tan antiguo como el propio hombre; el desprecio por parte de los mercaderes hacia lo que constituye el testimonio de nuestro pasado, también. Sólo una conciencia ciudadana nutrida por el conocimiento puede hacerle frente. Por eso reconforta leer una pequeña noticia, desapercibida entre la bambolla política, que llega estos días desde Florencia.
El buen viajero siempre termina por establecer su particular mapa de la tierra que ha escogido conocer. Es una conclusión inevitable y depende, claro está, del grado de personalidad del país y de la del visitante. Se trata de un proceso inconsciente, que va adquiriendo más consistencia a medida que el viaje se va alejando en el tiempo. Más o menos viene a consistir en fijar unos pocos clichés totalizadores en los que resumir el concepto que se ha labrado acerca del país. Es decir, crear unos soportes sencillos de consultar, que sirvan de referencia inmediata y donde se apoyen las imágenes y los rasgos de lo visitado, incluso los de menor significación. Cualquier viajero por Italia que repase los apoyos troncales que se le han ido fijando sobre el país tendrá que incluir por fuerza un escenario, que es el centro del poder espiritual de Florencia: la plaza del Duomo.

Pues ahora, en esta plaza del Duomo pretende instalar sus reales una omnipresente multinacional de hamburguesas. El apetitoso negocio que asegura este lugar, uno de los más visitados y prestigiosos del mundo, hace que la M amarilla pretenda asentarse como un cuerpo extraño en el corazón del Renacimiento, en otro penoso ejemplo de la banalización del comercio. Naturalmente, los ciudadanos florentinos han dicho no. Los ciudadanos, no los políticos, siempre enredados en sus propias leyes. Esperemos que lo consigan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario