sábado, 11 de junio de 2016

Un escritor olvidado

Uno de los centenarios que pueblan este año, abundante en aniversarios ilustres, es el de un escritor poco conocido y menos leído, pero que en vida alcanzó fama, éxito y buenas rentas con sus libros: Felipe Trigo. Médico, militar y novelista, autor de obras calificadas en su momento de escandalosas por sus temas amorosos y por la importancia concedida al componente erótico y al tratamiento de la moral sexual, llevó una vida inquieta y acomodada, y gozó durante algún tiempo de gran popularidad, casi tan grande como luego fue su olvido. En algún momento tuvo una relación, aunque ocasional, con Asturias.
Había nacido en 1864 en Villanueva de la Serena y estudiado Medicina en Madrid, de donde volvió a su Extremadura natal a ejercer como médico rural. Entró luego en la Sanidad Militar y, tras una estancia en Sevilla, vino a Trubia como médico de la fábrica de cañones, pero no encuentra su sitio y decide irse con su familia como voluntario a Filipinas, en plena insurrección indígena. Allí es herido a machetazos y queda mutilado, pero sobrevive y vuelve a España, donde se dedica exclusivamente a la actividad literaria. El éxito de sus novelas es enorme; se convierte en una figura social, lleva una vida mundana y lujosa y consigue fama de personaje distinguido y galante.
La crítica contemporánea no corrió en paralelo con su éxito popular, ni en lo referente a la forma ni al contenido de sus obras. Su defensa del erotismo como sujeto temático y su concepto de la liberación de la mujer -"mezcla armoniosa de Venus y de la Inmaculada"- tuvieron respuestas varias, casi siempre contundentes. Pero también su despreocupación por el estilo y por el buen uso de la lengua: abuso irritante de los pronombres enclíticos, incorrecciones sintácticas, laísmos, errores de concordancia. Gómez de la Serna hablaba con sarcasmo de su obra, Galdós y Unamuno no ocultaron sus descalificaciones, y Clarín escribió sobre Las ingenuas, su primera novela, que "era un corruptor de menores y del idioma" y que hacía de la lengua algo "groseramente tosco, incorrecto y confuso". Vendió, sin embargo, como pocos y se hizo rico con los derechos de autor como ninguno, gracias, en parte, a que era un buen publicista de sus novelas.
Alma en los labios desarrolla su acción en la imaginaria localidad de Ardoa, un lugar que el lector identifica pronto como asturiano: altas montañas, maizales, gaitas, manzanas, chigres, sidra, carbón, un mar no lejano. Sobre el fondo de una historia amorosa con diversas derivaciones se plantea un enfrentamiento dialéctico entre dos modos de producción industrial, dentro de un tono discursivo y moralizante sobre la condición femenina, con largos diálogos y alguna referencia autobiográfica.
Un día de otoño de 1916 se encerró en el despacho de su chalé madrileño y se disparó un tiro en la sien. Tenía 52 años. Hacía algún tiempo que le angustiaba el temor a una enfermedad mental que ya se le insinuaba, según se deduce de su carta de despedida a su familia. Hoy su recuerdo queda difuminado en la lejanía, como las circunstancias del tiempo que retrató. Quizá lo que más suene de él sea el premio literario que lleva su nombre.

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