miércoles, 18 de mayo de 2016

Nuestra libertad personal

Hemos pasado generaciones enteras luchando por conseguir la libertad y nos encontramos con la paradoja de que cuanto más avanzamos en esa búsqueda menos libres somos. A mayor libertad política menor libertad personal. Esto indica que la libertad discurre por dos vías paralelas, en las que por una avanza, al menos en lo más aparente, y en la otra más bien retrocede. Posiblemente a lo largo del día habrá usted cometido sin darse cuenta una docena de infracciones a unas cuantas leyes que no conoce. Sin duda habrá por ahí alguna que se ha saltado sin tener voluntad de hacerlo, porque la maraña legislativa que nos envuelve se hace cada día más tupida y no hay modo de estar al día. Los políticos de todas las administraciones se han convertido en nuestros padres amantísimos, que hacen suya la salud de nuestro cuerpo y velan por nosotros con la diligencia del ángel de la guarda, dulce compañía. Nuestra forma de vida y nuestros pensamientos habrán de tener su visto bueno; qué sería si no de nosotros. Hasta nos dictan qué valores hemos de inculcar en nuestros hijos.
Estamos sumidos en un mar de advertencias, amenazas, consignas, avisos de vigilancia, obligaciones, prohibiciones, consejos conminatorios. Nos llevan a toda velocidad hacia un estado en el que todo lo que no está prohibido es obligatorio. Y aún habría que añadir las limitaciones impuestas a expresiones hasta el momento inocuas y ahora prácticamente prohibidas y sustituidas por absurdos eufemismos en aras de lo políticamente correcto. Alguien decide con qué palabras debemos definir a partir de ahora lo que siempre hemos llamado con otras, qué nombres han de ser sustituidos, qué términos nuevos son los correctos, incluso qué expresiones hasta ahora neutras se han convertido en un insulto. Se nos informa de lo que ha de despertar obligatoriamente nuestra simpatía si no queremos recibir algún calificativo terminado en "fobo". Se nos hacen aparecer nuestros propios sentimientos como equivocados si no participamos del nuevo orden de opinión en el que no se pueden señalar las diferencias ni discutir las creencias ni criticar las costumbres. Tenemos la obligación de sentir amor por todo el género humano, en cualquier lugar del mundo, porque seguro que alguna culpa de sus desgracias es nuestra. El amor universal, mucho más allá del que sentimos por las personas y cosas de nuestro entorno, esas que nos acompañan cada día y forman parte inalienable de nuestra vida. O sea que, al final, el laicismo viene a sustentarse sobre una raíz de carácter claramente religioso.
Entender el concepto de libertad únicamente como el ejercicio de derechos políticos, y creer que porque estos se mantengan o aumenten somos libres, mientras nos controlan y nos van arrebatando los individuales, es un error en el que se cae fácilmente. En nuestro ámbito cultural los enemigos de la libertad ya no están en las leyes ni los códigos, sino en la presión que ejercen ciertas ideologías a través de sus medios. Los anatemas los lanzan ahora los abanderados de la progresía, y nuestro grado de libertad personal es inversamente proporcional al de su influencia.

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