miércoles, 4 de mayo de 2016

El entreacto

Y en esto ya estamos en mayo y aquí no hay ha habido más novedad que la llegada de la primavera, que siempre es novedad bienvenida. De la que nos pudieran traer los políticos, nada que esperar; todo se diluyó en el laberinto de ambiciones en que se perdieron, y ahora de nuevo a la estación de salida para ver si los que decidimos quiénes han de nombrar al maquinista lo hacemos mejor que la otra vez. Quién sabe, el verano siempre es generoso con la luz. Entre fiestas religiosas y laicas, mayo entra siempre con fuerza: el día de la Madre, San José Obrero, el día del Trabajo y el que en tiempos se llamó Día de la Independencia y ahora se quedó en el de la Comunidad de Madrid. Pues este año hay que añadirle el ser el prólogo de la antesala de la precampaña de las elecciones de finales de junio, o sea un estado de campaña electoral continuo, que es lo que nos espera durante estos casi dos meses. Estos políticos son incansables.
El largo entreacto que nos han dado puede que haya tenido consecuencias negativas en algunos campos, pero al menos ha servido para algo: para saber casi todo de cada uno de los que aspiran a gobernarnos. Tanto andar por los telediarios, las tertulias y las redes sociales, tanto hablar a todas horas sin coto ni medida, tanto colarse en cualquier programa -excepción hecha de los culturales-, tanto estar presente en nuestras vidas, que ya nos conocemos todos como si fuéramos vecinos de un patio de vecindad. Va a pasar mucho tiempo antes de que alguno de estos pueda sorprendernos con algo suyo.
El ejercicio intensivo de este tiempo ha servido también para traernos un aprendizaje político que nos permite acotar observaciones con más nitidez que nunca. Por ejemplo, sobre las apariencias externas. En la época de la imagen, resulta que ya no cuentan tanto. Hubo dos casos opuestos de candidatos que hicieron de su aspecto uno de sus mayores activos: uno guapo y apolíneo, a quien su apostura parece que no le sirvió de mucho para añadir votos, y otro de pinta desastrada y escaso sentido del buen gusto, al que eso tampoco le quitó ninguno. Y están también las palabras. La más oída, repetida por alguno de los aspirantes hasta privarla de virtualidad, fue cambio. Sugerente, pegadiza, promisoria, pero vacía. Nada en sí misma. El cambio es una abstracción carente de contenido evaluable; necesita complementos para situarla en un plano de análisis cualitativo. Se cambia hacia una situación distinta, que no implica que haya de ser mejor. Es una de esas palabras elegidas a propósito para funcionar como eslogan efectivo ante los electores acríticos. Y luego están las promesas. Son los ingredientes clásicos de cualquier tiempo electoral, siempre con su capacidad de atracción y su mensaje de esperanza, siempre efectivas porque necesitamos oírlas y siempre dejándonos la inevitable sensación de que bajo su hermosa capa de colores se esconde la certeza de su incumplimiento. Aunque ahora también hemos aprendido que quizá eso no sea tan malo, viendo que algunas nos llevarían a convertirnos en Venezuela.
Imagen, frases, promesas. A ver cuántos añaden una decidida actitud de buscar más el interés común que el de su partido.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola Luis,

Trabajo para la red social de literatura Lecturalia. Quisiera que me facilitara un correo electrónico para consultarle algunas dudas sobre su obra.

Gracias de antemano.

Saludos