miércoles, 11 de noviembre de 2015

Políticos ocurrentes

En política la originalidad viene a ser la guinda que embellece cualquier propuesta. Más aún, el marchamo que da categoría de prócer eminente a quien la propone. La originalidad, como el cambio o el progreso, son términos neutros en contenido cualitativo; no implican en sí mismos ni bien ni mal, pero que el buen cielo nos libre de los políticos originales, como ya tuvo a bien librarnos de los salvapatrias y elegidos. Los políticos originales tienen a gala adueñarse de la ultramodernidad y andar siempre dos años luz por delante del resto de los vulgares mortales, ufanos ellos, asombrados de sus propias ideas, cuyo excelso brillo no les permite ver que la ultramodernidad suele ser un atajo de regreso hacia la caverna. En este país nuestro, tan viejo y tan de vuelta de todo, abundan siempre como setas en otoño, tanto en tiempos de cierta bonanza política como en momentos de aguas agitadas. En el primer caso lucen su ingenio sin más objetivo que eso, lucirlo, como si empeñaran todo su esfuerzo en demostrar aquello de la vaca, que cuando no tiene que hacer espanta moscas con el rabo. En el segundo suben tres decibelios el tono, refuerzan el acento enfático y se convierten en herederos de aquellos inefables arbitristas que tanto ocuparon las páginas de nuestra literatura desde el Siglo de Oro.
Es raro el día que no nos animan con alguna propuesta de esas que mejorarían nuestra vida radicalmente o insisten en las bondades de las que propusieron en algún momento sin que merecieran ninguna atención. Hay uno, por ejemplo, que lleva no sé cuánto tiempo dando la tabarra con algo así como el federalismo asimétrico, que uno no sabe qué santo del cielo político se lo pudo inspirar, pero desde luego no lo debió de hacer con gran claridad, porque nunca nos lo ha sabido explicar. Es el mismo que propone llevar el Senado a Barcelona para amansar a los secesionistas, o suprimir el Ministerio de Defensa, eso no sé muy bien por qué. Hay otro por tierras aragonesas al que se le aposentó bajo el cachirulo la idea de llevar la felicidad a sus paisanos declarando la fabla lengua vehicular de su comunidad; la fabla es la lengua materna de 500 personas. Otro saca la hoz y propone recortar los salarios por arriba hasta hacer que el mayor no exceda en diez veces el mínimo. Se ve que premiar la excelencia, el esfuerzo, la capacidad o el riesgo no está en los genes de su partido; nunca lo estuvo. Y puestos ya a reglamentar, ¿por qué no hacer efectiva a decretazo limpio la igualdad entre hombre y mujer? El mismo número en todas las listas. El mérito, la aptitud o el curriculum estarán supeditados a esto. Que pueda quedar fuera un genio y entrar un botarate sólo por ser del otro sexo, es algo que no tiene la menor importancia.
Los hay también algo más vulgares, como si la imaginación del autor no fuera precisamente un potro desbocado: a una alcaldesa en edad de jubilación se le ocurrió que bien podrían ser las madres de los alumnos las que se encargasen de la limpieza de los colegios. Y luego están los que buscan un prometedor futuro para su pueblo, como ese prócer catalán, que sueña para su tierra un estatus como el de Kosovo.
Por qué no se dedicarán a la heurística especulativa.

No hay comentarios: