miércoles, 4 de noviembre de 2015

El oasis no existía

Va a resultar que casi nada es como parecía. Pocas veces un país ha visto desplomarse así su imagen por méritos propios, pocas veces sus dirigentes han hecho tanto por hundir su prestigio y por despertar el rechazo hasta de los más comprensivos, y pocas veces se ha hecho con tanta perseverancia. Es imposible que Cataluña encuentre algo que agradecer a esta generación de políticos, por más que pretendan ocultar sus actuaciones bajo la bandera de una nación con proyección de futuro universal. El modelo tenía el interior carcomido; si de algo era ejemplo era de lo que no debía ser imitado.
Habíamos oído hasta cansarnos que aquello era un oasis en medio de la ciénaga de corrupción y podredumbre que inundaba otros sitios y resulta que su máxima referencia era un clan familiar especializado en el robo y en la mentira. Nos convencieron de que eran casi una excepción en medio de las debilidades humanas, de que en la distribución de las virtudes cívicas y colectivas casi todas cayeron de su lado, y lo cierto era que la mayoría de las estructuras sociales y económicas estaban condicionadas por el soborno y la extorsión monetaria. Presumían de su famoso seny frente a la visceralidad de los demás y han elegido a extremistas radicales para gobernar sus principales ayuntamientos. Nos habían vendido como algo asociado a su forma de ser su europeísmo, su cosmopolitismo y su condición de guía y faro cultural del resto de los habitantes de la península, y ni siquiera se sonrojan haciendo el ridículo cuando afirman la catalanidad de Cervantes, Descartes, Leonardo, Santa Teresa, San Ignacio y otros. Llamaban a su presidente “muy honorable”, y se le encontraron muchos más millones robados que honor. Se la tenía como ejemplo de comunidad próspera, ahorradora y bien administrada y resulta que no puede pagar ni los medicamentos. Presume de su equipo señero como algo que es más que un club, y lo tiene castigado por la FIFA y multado por la UEFA por diversas ilegalidades, involucrado en pleitos por irregularidades en su fichaje estrella, con los máximos dirigentes investigados y con sus ídolos denunciados por fraude fiscal. O todo era un brillo engañador o la están despeñando por un tobogán muy inclinado ante su propia indiferencia. Qué nuevas definiciones hay que reescribir de aquella tierra que antes cautivaba afectos, según el verso de Verdaguer: “Mirando a Cataluña se siente robar el corazón”. Ya ve, mosén Jacinto, ahora bastante más que el corazón.
Y eso que se les ha dado todo lo que han ido pidiendo; por su sentido de Estado, decían, qué ironía. Hasta hemos renunciado a nuestra lengua para escribir sus nombres en la de ellos; y así decimos y escribimos Lleida, Girona o Catalunya, pero ellos traducen a la suya y ponen Saragossa y Espanya. Habría que ver hasta dónde llegó el límite de nuestra ingenuidad.
Lo siento por los catalanes del seny auténtico, los que aman a su tierra porque conocen su verdadera instalación histórica y miran atónitos cómo el partido de su burguesía tradicional se echa en brazos de los radicales extremistas que pretenden destruir el sistema que ellos defendían hasta ahora. Son una mayoría, pero callada. Quizá la esperanza esté en que alcen la voz de una vez.

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