miércoles, 21 de octubre de 2015

Comienza la carrera

Ya se van perfilando las candidaturas de los que aspiran a gobernarnos, todos ya tomando posiciones y decidiendo estrategias para conseguir el laurel final. Esta vez parece que hay más posibles caballos ganadores en la línea de salida, o eso dicen los que saben de encuestas, aunque no sé. Los que hemos vivido todas las elecciones desde aquellas primeras del 77 hemos aprendido varias cosas: que las encuestas debilitan su valor de fiabilidad en razón inversa a la objetividad de quien las analiza; que el menú de siglas y nombres que en un principio ocupa toda la mesa, a los postres se reduce casi siempre a dos platos; que las campañas pueden producir adhesiones, pero también antipatías, y que si algo tenemos claro los electores después de todo este tiempo es el significado de términos como demagogia y populismo. La oferta es tan variada como acostumbra, aunque esta vez algunos espacios parecen tener una presencia más potente. Va desde los que se estrenan a la derecha de la actual derecha hasta los eternamente indignados de la extrema izquierda, pasando por los dos grandes de siempre y otros nuevos en la plaza: uno que parece querer servir de modelo para ejemplificar en qué consiste el populismo, y otro, autodefinido de centro, del que no se sabe a quién va a entregar los votos que reciba. O sea, más o menos lo de siempre: nuevos nombres, nuevas caras, nuevos medios y los mismos afanes, el mismo propósito y la misma ambición. El poder tiene una voz sumamente acariciante y melodiosa cuando llama.
Hay sin embargo esta vez un rasgo común en los nuevos aspirantes a ocupar el despacho monclovita: la juventud que lucen. Aquello tan ciceroniano de que las cosas grandes no se hacen con las fuerzas ni con la improvisación, sino con la sensatez y la reflexión, no parece ser un valor a tener en cuenta; más bien al contrario. La juventud, como prenda a exhibir o como arma con la que avasallar; un diploma a enseñar al votante como garantía de eso que siempre se llama cambio y nunca se explica por qué se da por supuesto que ha de encerrar necesariamente un valor positivo; un trasunto extremado de aquello de que los jóvenes piensan que los viejos son tontos y los viejos saben que los jóvenes lo son.
Claro que ser joven en casos como este ofrece otras consideraciones colaterales. Uno de los aspirantes tiene ahora 35 años. Si consiguiera ser presidente dejaría de serlo a los 39. Será un jubilado de la presidencia del Gobierno a los 39 años, con lo que conlleva semejante jubilación. Y ¿a qué se puede dedicar en política una persona de 39 años después de haber sido presidente del Gobierno? Pues a incordiar; será un jarrón chino de larga duración. Y como en la era de la imagen lo que cuenta es la prestancia telegénica, la apostura física, lo apolíneo sobre la lechuza de Minerva, la nueva hornada trata de responder a ello. Incluso uno con pinta desaliñada y con trazas de no haber visto unas tijeras de peluquero en unos cuantos años. Hombre, si se trata de representar la modernidad, hace ya veinte siglos los nazarenos hacían voto de lucir una figura pilosa parecida. Nada nuevo.
La carrera ha comenzado. Muchos son los que se sienten llamados; ojalá acertemos con el elegido.

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