miércoles, 2 de septiembre de 2015

Los que esperan a la puerta

Este drama migratorio que está teniendo lugar en nuestras fronteras exteriores es de una complejidad difícil de abarcar para una comprensión como la mía, pero por lo que se ve cabe deducir que toda esa muchedumbre que escapa de sus países y trata de entrar como sea en territorio europeo se divide en dos grandes grupos: los que huyen de la miseria y los que huyen de la guerra. El hambre y el miedo, dos poderosos motivadores de las acciones humanas. Las escenas que nos enseñan de unos y otros son un muestrario de todos los sentimientos que pueden llegar a inundar nuestro interior: angustia, incertidumbre, tristeza, esperanza, rabia, resignación. El único sentimiento ausente es el de la alegría. Todos tratando de forzar las puertas de Europa y de entrar en ella como sea, por las buenas o por las malas. Razas, religiones, nacionalidades y creencias, todos reunidos en un mismo lugar, las fronteras europeas, y con un mismo propósito: saltarlas. Cuando la desgracia azota alguna zona de este desquiciado mundo todas las miradas, y los pasos, de sus habitantes se vuelven hacia Europa. No se dirigen a China, por ejemplo, la segunda economía del mundo, ni hacia Rusia, la otra gran potencia, sino hacia Occidente, la tierra donde las palabras libertad y dignidad del ser humano adquieren carácter de conceptos fundamentales. Desde luego no es casualidad, y eso sería motivo de un largo estudio, que los dos espacios, el deseado y el de los que desean entrar en él, coincidan con los ámbitos de influencia de dos religiones.
La emigración que huye de la miseria llega en su mayoría de países africanos. No viene para salvar su vida, sino para mejorarla, y para ello primero se la juega. Analizar sus causas sería comenzar a atisbar las soluciones. Al margen de esos heraldos de su propia progresía que hacen responsable a Europa de todo el mal que acontece en los otros cuatro continentes y que buscan las culpas y se olvidan de las causas, casi siempre con una argumentación basada en repetir la serie de tópicos que enseñaban los manuales de propaganda en las décadas de descolonización, es evidente que en casos de tanta magnitud la responsabilidad está repartida y salpica en diversos grados a muchos, pero también parece claro que en primera instancia tiene un carácter más bien endógeno; reside en factores internos, como la invertebración social de estos países, en su profunda corrupción institucional, en el temor de sus dirigentes a una clase media fuerte, en su permanente inestabilidad política y tantos otros. Claro que eso nada le importa al que está esperando la noche para saltar la valla.
En las actitudes de quienes escapan de la guerra se adivina la rebeldía de quien se ha visto obligado a abandonar por la fuerza todo lo que tenía e irse con su familia para salvar sus vidas. Extraña sin embargo ver tantos jóvenes de países en guerra. Esos chicos sirios que se esconden por los campos tratando de cruzar la frontera ¿no tendrían que estar reclutados en su ejército haciendo frente al invasor que destruye sus ciudades? Si quienes pueden defender el país escapan de él, poco porvenir le queda. Pero seguramente esta es una pregunta ingenua.

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