miércoles, 10 de junio de 2015

Final feliz

Justo cuando nos bombardean minuto a minuto con las idas y venidas de los partidos perdedores negociando entre sí para repartirse los cargos y evitar que gobierne el que obtuvo más votos, se produce uno de esos hechos que desfruncen el ceño de la ciudad y le ponen en los labios una sonrisa complacida. Estamos menesterosos de buenas noticias, así que se agradece más. Ni siquiera a los que no tenemos el fútbol entre nuestras pasiones nos puede dejar indiferentes lo sucedido la tarde del domingo. Un partido de Liga, una victoria ante un equipo que ya no se jugaba nada, pero qué enorme capacidad de liberar todos los sentimientos contenidos durante mucho tiempo y generar una explosión de alegría desbordada en la que no tienen cabida matices ni sombras. Esa manifestación de ciudadanos unidos sin distinciones por un júbilo pleno y desinhibido, esas riadas vestidas de rojo y blanco que inundaron las calles, ese estallido de felicidad compartida, eran algo más que una consecuencia de un encuentro futbolístico. Eran la exteriorización colectiva de un sentido de pertenencia y la expresión de la victoria final, con efectos catárticos, sobre la acción demoledora de muchas frustraciones y desengaños vividos. La posibilidad, por fin, de enarbolar el orgullo largamente reprimido. Las consecuencias económicas para la ciudad, que las hay, quedaban sepultadas bajo los cánticos enronquecidos y el frenético ondear de las banderas a la espera de un mejor momento para su análisis. Más que nunca, el fútbol se convertía en la liviana alegría de vivir.
Una ocasión así, en la que se vive uno de esos raros instantes en que se siente un latido común, casi como un éxtasis colectivo, bien merecería un Píndaro que exaltase con palabra ardiente la gloria de la lucha y del triunfo del atleta, porque en estos casos la emoción estética queda relegada ante el valor del desenlace final. El homo victor se impone claramente al homo ludens, y más en este deporte en el que todo es desmedido, enfático, extremado e hiperbólico, en la gloria y en el fracaso. He dicho deporte y acaso habría que llamarlo fenómeno de largo recorrido transversal, porque ninguna otra actividad lúdica trasciende su ámbito con tanta largueza, ninguna alcanza a paralizar tantos corazones, ninguna mueve tantos dineros y ninguna como esta tiene atado a los caprichos del azar el honor de una ciudad e incluso de todo un país. Ni ninguna otra sirve con tanta regularidad como eficacia para aliviar tensiones, adormilar penas, distraer atenciones y desviar miradas. Y en esta labor tiene infinitamente más prestancia que la que despliegan con el mismo fin otros poderes públicos y privados. Por una vez los sentimientos, que a veces se dejan arrastrar por falsos señuelos, siguen una dirección dictada por lo más auténtico de sí mismos. Si se trata de desviar la atención, al menos que sea para mirar una realidad gratificante y gozosa.
En fin, que Gijón y su nombre ya vuelven a donde debían, a estar cada semana en la atención y en los comentarios de los aficionados de toda España. Y ahora, que los dioses de las esferas acompañen a la nuestra en su nuevo rodar por los campos de la máxima categoría.

2 comentarios:

Jesús Ruiz dijo...

Natural de Madrid, vivo desde mi infancia en Alcalá de Henares, siempre me ha gustado el fútbol y soy socio abonado de un equipo de la primera división española, también soy seguidor de otros dos equipos que por la categoría de las ciudades que les albergan, de sus aficiones, así como por su historia, siempre han sido y serán de primera división, aunque por avatares del destino hayan tenido que transitar por la segunda división del fútbol español en los últimos tiempos, felizmente esta temporada han ascendido los dos y vuelven a ocupar el lugar que les corresponde entre los más grandes. Me estoy refiriendo, claro está, al Real Betis Balompié y al Real Sporting de Gijón.

Siempre tuve ganas de conocer Gijón.
Los domingos por la tarde poco antes de las cinco, cruzaba la frontera que suponía la gran avenida que separaba la ciudad del campo, aquella alfombra verde cubierta de espigas y amapolas, sobre la que mis hermanos y yo correteábamos libremente detrás de una pelota de colores, mi padre, que nos seguía atento con la mirada, escuchaba con la oreja pegada a un pequeño transistor de color rojo, un programa llamado carrusel deportivo que mediante conexiones con los distintos campos de España, iba informando del desarrollo de los partidos de fútbol. De vez en cuando dejaba a mis hermanos y me acercaba a mi padre cuando a través de las ondas llegaba nítido el sonido de un locutor de radio que a voz en grito anunciaba un gol,
_¿de quién papá?
_del Sporting hijo, gol de Quini
y por un momento me quedaba escuchando al director del programa que a renglón seguido apostillaba, gol en el estadio de El Molinón, gol del Sporting de Gijón, gol de Quini.
Desde aquellas tardes felices de domingo en que comencé a simpatizar con el Sporting, siempre tuve ganas de conocer Gijón.
Por eso hoy, casado con una gijonesa, y enamorado de ella y su ciudad, no puedo por menos que unirme a la alegría de tanta buena gente y gritar desde lo más profundo de mi corazón y de mis recuerdos. ¡¡¡¡PUXA SPORTING!!!! Y que VIVA GIJÓN y sus gentes.
Enhorabuena a todos los socios, seguidores y simpatizantes, entre los cuales me incluyo, y a toda la ciudad de Gijón por tan merecido ascenso.

Jesús Ruiz dijo...

Precioso artículo, siempre es un placer disfrutar de tan rica prosa, más allá de estar de acuerdo o no con el contenido, lo que es indudable es la calidad de sus textos donde siempre encuentra el lector alguna enseñanza, al menos este que suscribe. Sus artículos, por su calidad y contenido, merecerían una mayor difusión aún. Mi más sincera enhorabuena por el artículo que nos ocupa y que suscribo cien por cien, y por todos los demás también, dicho queda. Muchas gracias por ilustrarnos cada semana.