miércoles, 17 de junio de 2015

La hora de los perdedores

Para todos los que siguen con interés los avatares de la política, profesionales, politólogos o sedicentes entendidos, debieron de resultar apasionantes estos días de ebullición en los que asistimos al espectáculo que nuestros elegidos nos ofrecieron gratuitamente buscando cada uno su acomodo como si fuera el juego de las sillas. Al final, claro está, todos encajaron, si bien alguno, cuando se despierte, puede que se dé cuenta de con qué extraño compañero de cama se acostó. Por contra, los ciudadanos de simple vivir nos quedamos contemplando, entre perplejos y displicentes, los efectos de la inmensa fuerza de atracción del poder, capaz de torcer barras que nos habían presentado como rígidas y de cruzar líneas que nos habían descrito como infranqueables. En el fondo no deja de ser una experiencia necesaria esa de asistir una vez más al juego de ambiciones y palabras encontradas que siguen a cada petición de voto, ver a todos los perdedores mercadeando entre ellos, ofreciendo, regateando, prometiendo, intercambiando futuros cargos, en algunos casos sólo para evitar que gobernase el partido que obtuvo más votos. ¿Dónde quedan las ideas y las rotundas afirmaciones previas a las elecciones, aquellas que establecían las luces rojas de los pactos? Pues sometidas a la coyuntura, que cuando tiene apariencia favorable no quiere saber nada de honor y dignidad. Ay si alguien nos asegurase que por encima de todo sólo late el afán de resolver los problemas de los ciudadanos y de mejorar la sociedad.
En el torbellino de frases y eslóganes de los mensajes partidistas hubo una palabra común a casi todos: cambio. Como si el cambio tuviera algún grado de calidad intrínseca. Un cambio puede ser a mejor o a peor; no implica nada por sí mismo. Otros nos repitieron términos de significado tan abstracto como obvio: progreso, libertad y demás. Hay quien, como ese nuevo alcalde gaditano, un tal Kichi, promete felicidad a sus vecinos, con lo que alcanza la cumbre más alta de las promesas. A lo mejor es un enviado del Olimpo.
Se ha discutido si estos pactos a espaldas de los votantes responden a una idea pura de la democracia o son más bien una mistificación de la voluntad popular revelada en las urnas, una falacia derivada de la indebida deducción de proposiciones a partir de la voluntad electoral de los ciudadanos. Hay incluso quien distingue en función de su finalidad; no sería lo mismo si se formalizan para elegir un poder legislativo que un ejecutivo, como serían los ayuntamientos. En todo caso se trataría de una cuestión sujeta a interpretaciones diversas, no todas de fácil asimilación. Aunque en la percepción popular no es tan complicado; un amigo me la resumía de forma muy sencilla:
-Yo aborrezco a Podemos y todo lo que representan; he votado a los socialistas. ¿Y qué hicieron los socialistas? Pues entregar mi voto a Podemos. Me siento engañado. Jamás volveré a confiar en ellos; quizá en ninguno.
No es verdad eso de que la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce. La derrota tiene dignidad si se la dan los derrotados. Algunos ya nos han enseñado cuánta tienen.

1 comentario:

Jesús Ruiz dijo...

Esos pactos tan solo tendrían legitimidad si se diesen antes de concurrir a las urnas, pero ah claro, tal vez entonces el número de votos de los perdedores no sería el mismo, y tal vez entonces los legítimos ganadores serían quienes llevasen el bastón de mando en tantos ayuntamientos de esta España nuestra, que cada vez es menos nuestra.
Magnífico artículo como siempre, mis felicitaciones. Tan solo una pregunta, ¿hay alguna posibilidad de acortar la frecuencia con que se publican los mismos? Muchas gracias.