miércoles, 11 de marzo de 2015

La libertad

Debe de ser la palabra más escrita y pronunciada de toda la Historia. Apenas hay himno, escudo o divisa de cualquier nación, tiempo y lugar, que no la muestre como lema y propósito. Está en el grito de todas las revoluciones, en los discursos de cualquier demócrata y en los de los dictadores y tiranos más sanguinarios. Su nombre ha servido para enardecer y para morir con él en los labios. Los libros, los profanos y los sagrados, se llenan con su significado luminoso, casi siempre con sentido de esperanza. Es meta, anhelo, objetivo eterno, promesa liberadora. Y sobre todo, sombra esquiva que jamás se dejó atrapar. Libertad, palabra condenada a significar propósito inalcanzable.
La libertad está coartada por diversos factores: la ley natural, que nos impone unas limitaciones tan obvias como insalvables; la sociedad, que establece unos límites llamados leyes para regularse a sí misma; nuestra conciencia individual, que nos levanta barreras éticas, y una cuarta mucho más sutil, porque no lo parece y porque no emplea la fuerza: los que la controlan bajo la apariencia de fortalecerla. Lo de red de redes puede aplicarse en su sentido más literal. Vivimos emparedados entre gigantescas estructuras virtuales que nos tienen atrapados. Los afectos que creemos nuestros nos vienen inducidos por intereses ajenos. El gran sistema controla las inclinaciones de nuestro corazón, las corrige siempre a su favor, las modifica y encima nos hace creer que lo hacemos nosotros mismos. Nos bombardean desde todos los puntos donde se cuecen intereses partidistas, con sus tertulias sectarias, sus programas de banalidad nada inocente, su frivolidad impostada que apenas oculta una finalidad alienante. Nos imponen las palabras que podemos decir y las que no, el significado que ha de darse a cada una, cambiando el que tenía hasta ahora; prohibidos los adjetivos que no gustan al gran sistema; la terminología que ha de usarse es la que se asigna desde arriba; la corrección sólo la pueden dictar los intereses económicos y políticos. Los gustos, lo que es o no moderno, lo que debemos considerar hermoso, las ideas que hemos de sostener para estar en el mundo, todo nos viene señalado cada día desde las tribunas meticulosamente dispuestas para que no nos demos cuenta de que ni siquiera nos damos cuenta de ello. ¿Libertad? Un hermoso reflejo de aurora boreal. No la hay ni para dejar de ser libre.
La libertad verdadera es la que seamos capaces de crear dentro de nosotros mismos, y proviene del conocimiento y de la búsqueda incesante del saber hasta configurar un criterio fuerte e inmune a cualquier influencia que no tenga unos fundamentos sólidos. Lecturas reflexivas y sin prejuicios de los espíritus que fueron verdaderamente libres, que nos brindarán los elementos de análisis necesarios para crearnos un espacio intelectual propio, sin adherencias ajenas interesadas. Un espacio sólido, nuestro, hecho de materiales bien contrastados y no sujeto a esclavitudes ideológicas superficiales. Sólo en este sentido, la libertad, como la felicidad, puede aproximarse a dejar de ser una negación de la realidad.

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