Mirar hacia atrás, hacia los que nos precedieron en el tiempo, es un ejercicio de todas las épocas, y en su caso bien claro lo deja vuesa merced en sus obras en lo que a su sentir se refiere. Ahora ya no es el mismo concepto de fama ni de gloria inmortal, pero seguimos aspirando a lo perenne y envidiando a quienes lo han conseguido por encima de la caducidad de la materia. Hemos encontrado sus restos y sentimos como si en la familia se hubiera acabado con una penosa ausencia, pero sabemos muy bien que no son los huesos lo que cuenta, más allá de la gozosa sensación de imaginarnos que vuelve a estar entre nosotros. Son los espectros que nos haya dejado por aquí, y esos sí que se encuentran instalados en la inmortalidad. El espectro islandés o coreano de su hidalgo está más vivo que la mayoría de todas esas figuras bien definidas por intereses puramente materiales, que se nos presentan cada día desde los poderosos medios que nos abruman. Cuerpos clónicos, huecos y efímeros, esculpidos por la publicidad; se asombraría de ver quiénes escriben hoy algunos libros de éxito. La figura de su caballero loco es reconocible en cualquier lugar del mundo; cabalga por los campos de la mente de todos nosotros, eso sí, casi siempre vencido, con la espalda doblegada como cuando volvió a su pueblo tras la derrota final. Y no se crea que sólo dio pasatiempo al pecho melancólico y mohíno. Algo más que pasatiempo fue, no me diga, que en pocos sitios tenemos los hombres una palabra dirigida particularmente a cada uno como en su historia de locos y cuerdos. Si puedo, iré a poner una flor en su tumba.
miércoles, 18 de marzo de 2015
De nuevo entre nosotros
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