miércoles, 19 de noviembre de 2014

La lista del derroche

La lista que se publicó el domingo en la prensa con los nombres del despilfarro pseudocultural en Asturias es demoledora. Primero por la cantidad que supone, muchos millones de euros, y segundo porque retrata un tiempo y una clase política municipal a la que la brisa de la bonanza obnubiló hasta pretender convertir cualquier elemento intranscendente del pueblo en una categoría cultural. Cuántas ideas inanes convertidas en objetos de costosas inversiones; cuánta vanidad pueblerina, cuánta competencia de ocurrencias entre nuestros regidores locales. Lee uno la lista y se pregunta si esta región nuestra que habitamos y queremos, habrá adquirido de pronto una conciencia exagerada de lo que tiene; ella, que siempre se tuvo en poco. O acaso ha abandonado su natural pragmatismo para seguir el señuelo del maná del turismo, como si ofreciendo en cada rincón una baratija pudiera crearse una atracción insoslayable que fecundaría nuestros pueblos con la llegada de visitantes y sus dineros. De pronto Asturias se llenó de museos, aulas didácticas y centros de interpretación dedicados, por ejemplo, a la trucha, al salmón, al calamar, al quebrantahuesos, al urogallo, al lobo, y a otros temas más pegados a las formas de vida, como la leche, la conserva, la madera, la mina de montaña y hasta el movimiento obrero. Apenas hubo municipio en el que no se levantara alguna muestra de estas, ni tema que no estuviera representado. El interés que luego pudiera suscitar no pareció ser muy determinante a la hora de decidir.
No son proyectos fracasados, que eso sería comprensible y asumible; son realidades fracasadas. Edificios construidos y equipados tras una elevada inversión, que ahora parecen testigos de una época en que las fuentes manaban leche y miel, y de la acción de unos gestores que no parecieron tener más miradas que para el presente, y aun así con ojos miopes. Pero ¿alguien pensó en el día después de aparecer descubriendo la placa de inauguración? ¿En su capacidad de atracción, en los recursos precisos para su mantenimiento o en la demanda de visitantes que podía tener? Porque la realidad de hoy es que muchos están cerrados, otros quedaron a medio construir, algunos están sin inaugurar y otros se encuentran abandonados y amenazando ruina, y hasta hubo algunos que fueron derribados nada más terminar de construirse, como los casos de Corvera o El Entrego. Dos millones y medio de euros convertidos en escombros.
No fue sólo ese afán expositivo lo que contribuyó al derroche. Fueron obras de todo tipo, sin aparente sentido, cuya verdadera dimensión podemos enmarcar ahora. Y tampoco sólo en los pequeños municipios. En Gijón, por ejemplo, se construyeron dos estaciones de ferrocarril nuevas; las dos se derribaron al poco tiempo y se levantó una tercera casi en las afueras. Es cierto que desde un punto de vista exclusivamente estético es de agradecer, porque eran dos bodrios arquitectónicos, pero da idea de una indefinición costosísima que aún no se ha concretado definitivamente. A lo mejor, según quiénes gestionen nuestros fondos, la austeridad no es tan mala.

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