miércoles, 5 de noviembre de 2014

El arte de hoy

La condición del hombre como ser creativo tiene básicamente dos formas de manifestarse: a través de la ciencia o a través del arte. Ambas tienen una trayectoria tan larga como la misma presencia humana, pero han recorrido caminos inversos. Entre el hacha de piedra y el acelerador de partículas hay un proceso continuo de desarrollo del conocimiento en un claro camino de progreso. Sin embargo, entre la captación expresiva de los bisontes de Altamira y el punto y raya de cualquier exposición contemporánea, lo que se ve es como un itinerario de regreso, eso sí, con altibajos, algunos de ellos con espléndidas crestas. Parece como si, al revés que la ciencia, el arte no pudiera con los efectos de la entropía del Universo, o acaso como si en esto el hombre hubiese acertado a la primera. Entre el grado de conmoción que nos produce la obra de los griegos -y sus epígonos renacentistas y barrocos- en su lucha por plasmar lo sublime del hombre, y el de una escultura de Calder o Pevsner, por ejemplo, la diferencia es evidente.
Cuando el hombre se acerca por primera vez al hecho que le ha provocado la emoción y trata de apresarlo, lo hace guiado tan sólo por dos objetivos: la representación de la realidad o la consecución de la belleza, y en ambos casos el resultado es siempre una obra capaz de suscitar a su vez emociones. Pero una vez que este período se ha cumplido, a los artistas siguientes les parece que hay que "abrir nuevas vías", que el arte no es sólo eso, que no se puede hacer siempre lo mismo, y comienza a concebirse y a plasmarse la obra al margen de aquellas dos normas sagradas, es decir, despreciando la descripción de la realidad objetiva y cambiando el ideal de belleza pura o tratando de sustituirla por otra asensorial. Imaginemos, por ejemplo, que el motivo a pintar es un perro. El primer artista lo representará tratando de captar todos aquellos detalles que ayuden a establecer una continuación entre realidad y pintura: buscará el brillo de la mirada, el realismo en la actitud, las cualidades táctiles del pelo, etc. El segundo artista se encuentra con que la realidad ya ha sido captada y se convence a sí mismo -y a veces trata convencer a los demás- de que aquello no tiene más valor que el de ser una simple copia de la naturaleza y que lo que de verdad importa es la metarrealidad que se encuentra detrás de los condicionantes de los sentidos. Y pinta al perro con tres rayas. Es la diferencia, por ejemplo, entre el perro de Las Meninas y el perro de Picasso. ¿Cuál de los dos es mejor? Evidentemente el que más caudal de emoción suscite o, mejor, aquel con el que más se identifique el espectador.
Entonces, ¿qué hacer con el arte? ¿No hay posibilidad de andar más camino que el que ya se ha hecho? Focillon elaboró su teoría evolutiva del arte sobre la idea de una regularidad cíclica de carácter natural, por lo que se refiere sólo a un tiempo de medida generacional; no es aplicable a la visión global de la trayectoria artística del hombre. ¿Por dónde va a ir el arte? Quién lo sabe. Quizá a volver a andar el mismo camino con distintas preocupaciones estéticas y nuevas proposiciones intelectuales. O acaso está a la espera del artista genial que nos dé la respuesta, que ahora no se adivina.
 

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