miércoles, 8 de octubre de 2014

Las tarjetas de la vergüenza

Según se va sabiendo, las Cajas de Ahorro fueron algo así como el carro de heno que El Bosco pintó con su magistral y habitual desparpajo para enseñarnos qué somos en definitiva. Todos tratando de coger la mayor cantidad de heno posible, sin miramiento alguno ni asomo de rubor; todos a lo suyo con ahínco, y que de eso de la ética y las normas morales nos hablen en otra ocasión. Si uno se fija un poco más en el cuadro se dará cuenta de que el pueblo normal ha de luchar y pelear por conseguir un poco de heno de la parte baja del carro, porque no puede alcanzar a más. En cambio, los ricos y poderosos, desde sus alturas, se acercan al carro con solemne gravedad para llevarse lo que quieran. Lo que cualquiera de los señores consejeros de esa Caja se llevó sólo con su tarjeta es más de lo que ganaría en varios años ese señor que ves a las siete de la mañana tomando el autobús para ir a la fábrica. Y no hablemos de los que ni siquiera pueden hacer eso.
Las Cajas de Ahorro tuvieron siempre buena fama, ya ven lo que son las cosas. Cuántos tenemos nuestra infancia ligada a aquellas entrañables libretas con las que nuestras madres trataban de inculcarnos la virtud del ahorro. Y a sus colonias infantiles, y a sus publicaciones, y a sus actos culturales. Pero en algún momento se politizaron. Quedaron en manos de unos consejos de administración variopintos que, en muchos casos, tendieron a seguir más intereses políticos que los de sus clientes. Consejos muy representativos, eso sí; consejeros para dar consejos sobre la buena marcha de la entidad, aunque alguien quizá se pregunte qué puede aconsejar, por ejemplo, un sindicalista en cuestiones financieras a un presidente de un banco. El caso es que, o los consejos dados no fueron muy acertados o no se siguieron bien, porque ahora muchas de las Cajas han tenido que ser rescatadas y la mayoría han desaparecido, bancarizado o reconvertido bajo nombres extraños. Eso sí, uno se imagina la reunión de uno esos consejos de administración cuando se propone la concesión de tarjetas a sí mismos para disponer de ellas sin tener que dar explicaciones. Seguro que hay consenso. Todos dispuestos a sacrificarse por el bien de la entidad. Izquierdas y derechas, sindicalistas y empresarios, gobierno y oposición, juntos en armonía, aunados en un mismo pensamiento. ¿Quién acuerda voluntades / sin ser el Dios verdadero? / Don Dinero.
Pero no vale la hipocresía como norma moral. Si nos preguntásemos a nosotros mismos si en su caso hubiéramos hecho lo mismo, quizá no nos gustase la respuesta, y más cuando todo venía envuelto en un marchamo de legalidad. Si estos individuos tienen de la ética un concepto tan rastrero que la confunden con la legalidad, más responsables son los que justamente dan sello legal a estas prácticas, y más tratándose de unas entidades cuyos beneficios se supone que deben dedicarse a obras sociales y culturales. Y en general, todos aquellos que desde la altura de su posición aprovechan para arramblar legalmente con todo el heno que quieran, mientras los de abajo han de conformarse con lo poco que pueden conseguir tras una dura pelea.

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