sábado, 7 de junio de 2014

Un voto lejano

Se ha votado por Europa con la pretensión de hacernos sentir partícipes de su construcción y lo único que se ha conseguido es formar un revuelo en torno al bipartidismo y a los nuevos efectos del proselitismo de las redes sociales y de ciertos programas de televisión. Poco que ver con la intención que está en el origen de la idea de compartir decisiones con los ciudadanos europeos sobre su propia Unión. Algo sigue sin funcionar en los mensajes y en el modo de presentar este proyecto si se sigue viendo en todos los países miembros como algo secundario. Quizá sea que veinte siglos de enfrentamientos, de peleas, de tópicos, de recelos, de ambiciones territoriales y de ver al vecino como un enemigo, dejan un poso tan hondo y tan difícil de remover que es imposible cambiar en apenas cinco décadas la mentalidad que generó. El votante honesto consigo mismo sólo pudo tener dos opciones: abstenerse de dar su voto a algo que no conoce o tratar de entender el complejo funcionamiento, organización, estructura y funciones del organismo para el que se le pide el voto. Entre esto, entre que no hay país en el que sus ciudadanos no estén de uñas con la clase política, que se trata de unas elecciones a un parlamento lejano y del que no se deriva ningún poder ejecutivo, y que comienza a sentirse un cierto cansancio electoral que incita a hacer una selección de las elecciones a la hora de acudir a la urna, no es de extrañar la recurrente abstención. Extraer conclusiones de los resultados, y sobre todo extrapolarlas, es muy atrevido, porque se trata de votos que no comprometen, votos idóneos para castigar y dar un toque de atención al gobierno de casa. Propicios también para que alcancen su momento de gloria personajes curiosos, ideas extravagantes, utopías de toda laya, líderes ofreciendo las promesas más estrafalarias, porque saben que es imposible que algún día se vean en la tesitura de tener que cumplirlas. En todas las elecciones y en todos los países hay ejemplos de sobra; aquí nos dejaron ahora otra muestra, esta vez fruto del fenómeno del tertulianismo televisivo, y en concreto del empeño machacón de alguna cadena en vender su producto, quién sabe con qué interés.
Lo que resulta decepcionante es el concepto que tienen de Europa quienes dicen trabajar por ella. En ningún programa ni discurso de los que aspiraban a representarla aparece ni de refilón referencia alguna a lo fundamental, a lo que está en su origen y constituye su esencia y su razón de ser histórica: la savia cultural que la ha nutrido y dotado de unos valores compartidos hasta el punto de poder hacer unas elecciones a un parlamento común. Se elude la significación de la Historia. Nos la presentan sólo como un gran mercado de intereses. Les da rubor recordar que Europa es el concepto de democracia, la declaración de los Derechos del Hombre, el juramento hipocrático, el “habeas corpus”, los juegos de Olimpia, la Lógica, el humanismo, la polifonía, la duda metódica, la novela, la primera vuelta al mundo, el "sólo sé que no sé nada". Y eso a pesar de los fanatismos, las tiranías, los progroms, las hogueras y de algunos políticos que nos piden el voto para ella.

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