
Luego está el grupo más numeroso, el de los demagogos, un gremio tan viejo como la sociedad, que abarca un amplio espectro: pacifistas de pacotilla, políticos que sólo pretenden agradar a la plebe para atraérsela, predicadores de dogmas basados en sus propios intereses. Los peores son aquellos en los que, entre su actitud ante la opinión pública y su actitud real personal existe la diferencia de la hipocresía, ese velo tejido de miseria que tapa la verdad con su cara negra y luce ante el espectador su lado hermoso. Ya no se trata de la oposición que pueda haber entre la obra de un artista y su conducta personal, sino de la que hay entre las convicciones que se pregonan para sostener una imagen de noble idealismo y las que realmente se tienen. Y que, además, siempre terminan por aflorar, porque es fácil que en algún momento la máscara se quede enganchada en alguna espina de la vida. Ejemplos ilustres abundan en todos los sitios. John Lenon y Yoko Ono cantaban aquello de "liberen a los prisioneros y encierren a los jueces, libérenlos en todas partes", pero cuando el asesino de John, Marc Chapman, cumplió veinte años de condena y solicitó la libertad condicional, Yoko pidió al tribunal que rechazara su demanda.
En medio de la desaforada explosión informativa que nos abruma con todo tipo de caras y opiniones interesadas, no hay postura más saludable para el respeto que uno se debe a sí mismo que tener un criterio propio, nacido de informaciones diversificadas que fortalezcan la objetividad, mantener la personalidad del pensamiento y no dejarse atrapar por ningún hechizo vaporoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario