
Algo de ello ha de quedar en los rincones de la memoria para que este pueblo trate de evitar hasta el final cualquier situación semejante, aunque sea a precio de resignación. Crimea no es sólo esa verruga triangular que le quita al mar Negro su forma de óvalo y que crea otro mar de evocación novelera, el de Azov; es esa península lejana, cuyo nombre aparece en todos los textos de Historia de los dos últimos siglos, dando denominación a guerras, sitios, asedios e invasiones. En Livadia, junto a la mimada Yalta, se decidió la Europa actual; y en cualquiera de los viejos palacios que bordean su costa se sabe de intrigas y decisiones que cambiaron la historia en su momento. Y frente a ello, cerca de allí, los admiradores de Chejov tienen una gratificante ocasión de acercarse a su espíritu y conocer alguno de sus aspectos más cotidianos. Un pequeño museo guarda fotografías, libros y objetos personales del escritor. Al lado está su dacha, la “Dacha Blanca”, que gracias a su hermana, que le sobrevivió hasta 1950, puede verse tal como él y sus amigos, Gorki entre ellos, la habitaron: el samovar, el viejo reloj, el teléfono, los divanes, el enorme gabán de cuero, el icono ante el que rezaba su madre. La cocina se halla separada de la casa para que los olores de las frituras no añadieran molestias a los delicados pulmones del escritor. Crujen las escaleras de madera con el sonido de lo viejo. Fuera, una chica joven toca un violín y una niña recoge lo que las buenas voluntades quieren darles.
No muy lejos, en Backhchisarai, la antigua capital de los kanes, está la Fuente de las Lágrimas. Es simplemente una estela de mármol, en la que el agua escribe el dolor por la persona ida. El ojo llora y sus lágrimas caen sobre el corazón, que procura aliviarse dividiéndolas. Sin conseguirlo, porque el tiempo se encarga de que vuelvan a él y el olvido no sea posible. Pushkin se emocionó ante ella y le dedicó un poema. Cuentan que cuando la vio le puso encima dos rosas que llevaba en la mano; desde entonces hay siempre dos rosas frescas sobre su corazón. Ojalá que por esta vez pueda dejar de ser un símbolo
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