lunes, 24 de marzo de 2014

Escritores de paso

Qué promesa de trascendencia ofrecerá la escritura que a tantos tienta, incluyendo a muchos que apenas han tenido en su vida afinidad alguna con las letras. Ninguna otra actividad creativa resulta tan tentadora para intrusos y tan sujeta a caprichos de famosillos y advenedizos. ¿Se han fijado cuántos libros han aparecido últimamente de gentes más o menos conocidas que piensan que sólo por eso tienen algo importante que decir? Para qué dar nombres, si están en la mente de todos: políticos que fueron o que son, famosuelas de tres al cuarto, asiduos de los programas más cutres de la televisión, cantantes y futbolistas iletrados, damas o caballeros de vida más o menos zarandeada. Cualquier celebridad de medio pelo que jamás ha escrito algo más que un telegrama, siente de pronto la llamada de la proyección transitiva y saca su autobiografía o sus memorias e incluso hay quien se atreve con la novela. Advierten que su cuota de fama actual no es nada si no se prolonga, y se apresuran a dejar a la posteridad el testimonio escrito de su presencia.
Luego están los escritores de ocasión, los que descubren de repente que a la vejez tienen viruelas y se apresuran a ponerse en marcha para emprender el ascenso al Olimpo literario. Naturalmente, están en su derecho; no puede haber nada exclusivo, y menos en el campo creativo. Pero a cuánta distancia están del verdadero escritor, ese que ha hecho de la palabra su pasión, su dolor y su gozo. Qué lejos de aquello que decía Baroja: una de las condiciones para ser escritor es la de ser capaz de dormir en un banco de la calle.
"Ahora que ya tengo tiempo me dedicaré a escribir, que siempre fue lo mío", oigo decir a no sé quién en la pantalla. Pues no, amigo. Si hasta ahora no ha encontrado tiempo para escribir no es escritor. Escribir es una elección involuntaria. No se decide ni se tiene opción de rechazarlo. No es una circunstancia; es una condición de la que es imposible librarse. Un escritor podrá verse obligado a dedicarse a otros oficios para poder comer, pero ante todo y sobre todo seguirá siendo escritor, aunque tenga que ver cómo se quedan en su cajón las palabras que con tanto trabajo conformó en la soledad de sus propias limitaciones y sin más aliento que su vocación. En cambio, quien es capaz de vivir sin escribir y sólo lo hace cuando ha resuelto todo lo demás, podrá llamarse como quiera, pero que no se engañe a sí mismo.
Publicar un libro es muy fácil para la mayoría de esos que pululan a diario por cualquier programa televisivo. Sólo es preciso tener una cara popular y una cara muy dura. Y encontrar a un negro que sepa tener la boca callada y haga su trabajo sin meter la mano en la obra de otros, para que luego no haya problemas. Después, el anuncio de la aparición del producto a la ciudad y al mundo tendrá la tribuna adecuada y el éxito asegurado, porque ya se sabe que para la gran mayoría lo que no sale en televisión no existe, y puede que el firmante en cuestión hasta se sienta escritor, pero puede también que alguien que le quiera bien le recuerde aquella vieja afirmación del filósofo: gloria y mérito es de algunos hombres el escribir bien; de otros el no escribir nada.

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