miércoles, 5 de febrero de 2014

El argumento de la Historia

El virulento desafío catalán-nacionalista a la unidad de España ha hecho que de pronto nos fuera preciso buscar y sistematizar argumentos en los que hasta ahora apenas habíamos pensado, porque nos parecía innecesario demostrar algo que los siglos y nuestra propia instalación mental nos ofrecían como obvio. Sin embargo, la mayoría de los que se escuchan para oponerse al tal plan se sustentan sobre una base exclusivamente jurídica: la referencia a la Constitución de 1978. Es lógico, porque la apelación a la ley siempre es un argumento cómodo y rotundo. Las leyes obligan y no admiten réplica. Además, están hechas con la voluntad de que sean concretas; su concepto está delimitado y las interpretaciones que puedan hacerse han de moverse en un espacio pequeño. En cambio, en la Historia todo el mundo puede meter la mano. Los demagogos la presentan a su conveniencia; los que jamás han estudiado una línea la interpretan a su gusto, y sólo los verdaderos historiadores, los que la conciben como una ciencia con principios propios dentro de un sistema determinado de relaciones válidas en un ámbito de hechos de la experiencia humana, pueden merecernos respeto. Se esgrime la ley frente a los sediciosos, y es necesario, pero sorprende que apenas nadie, y desde luego los políticos nunca, apele al simple hecho de le existencia de España como argumento en sí mismo. Como si nadie cayera en la cuenta de que España es una realidad previa -y tanto- a 1978. No es España la que nace de la Constitución, sino la Constitución la que nace de España.
El argumento histórico alcanza aquí una fuerza apodíctica. España nace a la Historia hace ya dos mil años, en el momento en que los romanos dotan de homogeneidad social, cultural y política a estas tierras y les dan el nombre de Hispania. La monarquía visigoda recoge y fortalece la idea de Hispania, dándole muchas de las características estructurales de lo que luego se llamará estado. Esta unidad fue rota por una invasión traumática, cuya resistencia, al iniciarse en situaciones geográficas distintas, dio lugar al nacimiento de entidades políticas también diferentes, aunque siempre unidas por el común concepto de España, tal como se refleja en innumerables textos medievales, desde las crónicas de todo ese tiempo en los diversos territorios, hasta el romancero, cantares de gesta y textos literarios. Terminada la lucha por la recuperación territorial, los reinos vuelven a unirse –con la única excepción de Portugal- para formar de nuevo lo que había existido anteriormente durante casi mil años: la entidad nacional llamada España. Desde entonces así sigue, y ya van más de cinco siglos.
¿Qué argumento cabe en esta historia para justificar la secesión de una región que jamás vivió al margen de España, ni siquiera en los momentos más difíciles de la lucha contra los invasores extranjeros? Qué endebles suenan esas razones de asimetría fiscal, déficit de inversiones y demás factores de carácter coyuntural. Más evidentes parecen otros motivos: la ambición, envuelta en inconsciencia, de unos políticos deseosos de crear su propio Valhalla para su eterna adoración.

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