miércoles, 14 de agosto de 2013

Días de verano

Quizá sean las Perseidas cayendo del cielo la noche de San Lorenzo, o en algunos casos mañana, la fiesta grande, las que marcan la línea central del verano. A partir de ellas ya nos da la impresión de que comienza el camino de regreso hacia la rutina del año, por más que el calendario nos muestre que aún es un camino largo y prometedor. Pero ahora todavía podemos sentir la plenitud del tiempo y hacer acopio de sensaciones para echarlas de menos cuando los días se vuelvan grises y nos obliguen a la melancolía.
Tiempo de verano, sol deseado sobre las pieles desnudas y sones de llamada continua a la fiesta, que es lo propio. Anda el aire lento, empapado en calorías, un poco rarillo en estos pagos, aunque nada que ver con lo que nos cuentan de otras latitudes más al sur y hasta más al norte. Parece haber un afán por absorber la vida en este paréntesis que las nubes nos brindan, casi como si fuera algo a estrenar. El verano viene a ser por aquí como una botella de champán, que al agitarla con alegría nos encontramos con que apenas nos queda nada que beber; todo se ha convertido en espuma. Pero entretanto, su imagen inconfundible nos tiene dominados los deseos y fijadas las añoranzas. Con imágenes de campo nos lo dibuja Machado:
 
Frutales cargados, 
dorados trigales,
cristales ahumados, 
quemados jarales, 
umbría, sequía, solano. 
Paleta completa: verano.
 
La mente y el cuerpo nos reclaman la luz y el sol; se ve que no se sienten capaces de soportar el resto del año sin una inmersión temporal en ellos. Sentimos necesidades que sólo el eterno vaivén de esta bola que nos lleva encima puede satisfacer, como si la mecánica celeste tuviera un corazón que comprendiera nuestros afanes. Esa es nuestra condición: la de ser humilde polvo de estrellas, porque toda esa plenitud de vida que nos invade en verano, la alegría de las madrugadas tempranas y claras, la serenidad que desprenden esas tardes largas y mansas, el inquieto bullir de nuestro espíritu o el deslizamiento hacia un sentimiento de renovado optimismo que nos tiende a afectar en estos días, todo eso no es, en definitiva, más que una simple consecuencia de la inclinación del eje de la Tierra. Menos mal que nadie tiene el poder de enderezarlo.
Tiempo de tópicos y de reflexiones superficiales, de pasiones encendidas por el sol sobre la carne, más vulnerable que nunca; cuando después vuelva a ocultarse bajo la ropa, las pasiones se volverán más veladas y quizá menos expansivas, aunque puede que más sinceras. Y tiempo en que se acumulan los pretextos para el desahogo. También es casualidad que lo más selecto del santoral –Juan, Pedro, Pablo, Luis, Antonio, Santiago, Domingo, Agustín, el Carmen, la Asunción- caiga por estos meses, dando oportunidad a los pueblos a tener a la vez los mejores patronos y sus fiestas en verano. Así que, ya que todo se junta, hagamos un año más de cigarra y lancemos fuera los trastos que nos atosigan el resto de los días. No tenemos que preocuparnos por el otoño; llegará enseguida.

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