miércoles, 7 de agosto de 2013

Algunas conclusiones tras el debate

Del debate que sus señorías nos brindaron el otro día en el parlamento cabe extraer un sinfín de conclusiones de todo tipo, desde la forma hasta el fondo, desde las neutras a las más interesadas y desde las palabras dichas hasta las ausentes; todo depende de la agudeza y preparación del opinante, de su conocimiento de los entresijos políticos y de la posición en que esté situado. Como este servidor tiene poco de todo eso y su posición no es relevante para el caso, lo observa con los ojos del espectador que contempla un espectáculo del que desconoce lo que hay más allá de las bambalinas y sólo tiene a la vista lo que ocurre en el escenario. Ya están los comentaristas políticos, los verdaderos y los sedicentes, para descubrirnos todos los matices colaterales y arrojar la luz de sus conclusiones sobre nuestras propias interpretaciones.
Pues desde esa posición de simple espectador, la primera conclusión que uno saca es que lo principal, la situación del país, interesa un bledo a todos los oponentes. Lo que importa no es ayudar al gobierno a conseguir mejorar las cosas, sino tirarlo abajo como sea, incluso tratando por todos los medios de dar carácter de gran escándalo a algo que ni siquiera los jueces han terminado de calibrar. Eso de remar todos juntos, sea quien sea el timonel, porque lo que importa es que el barco avance, es una metáfora trasnochada. Sobre lo esencial prima lo coyuntural, y ya pueden venir argumentos, que ninguna explicación va a resquebrajar una realidad sumamente conveniente. Lo más decepcionante que uno oyó, una de esas cosas que debilitan la fe en la clase política, fueron las declaraciones previas de una portavoz de la oposición dejando muy claro que, dijera lo que dijera el acusado presidente, no los iba a convencer. Con esta magnífica disposición para esclarecer la verdad se desarrolló el debate. Lo que no se entiende es, vista la premisa, qué utilidad podía tener, salvo la de confirmar una vez más la servidumbre del político, el alquiler de su pensamiento, el sometimiento de sus convicciones al dedo que le señala lo que debe votar. Pongamos un caso: si el gobierno actual logra sacar al país del pozo donde lo encontró ¿alguien de la oposición tendría la grandeza de reconocérselo? Y conste que en el caso contrario sería lo mismo.
Hay una segunda conclusión, esta de carácter formal: la indigencia idiomática de quienes se llaman precisamente parlamentarios. Ahí está una señora, jefa de un partido y en su día consejera de una autonomía, hablando de la pregunta veinteava; más o menos como aquel ministro de Cultura y su catorceavo; será que no alcanzan a ver la diferencia entre un partitivo y un ordinal. O ese otro proclamando que “delenda est Rajoy”, como si Rajoy fuese una mujer; si su ignorancia es mucha, su osadía es mayor. He dicho de carácter formal, pero no; es más bien de fondo, porque supone una muestra del estado de la incuria cultural de la que debería ser la clase representativa de la sociedad, al menos por tal se tienen. Por supuesto, no son todos; al contrario, más bien una minoría, pero cómo destacan. Luego se oponen a una ley para mejorar la educación.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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