miércoles, 8 de febrero de 2012

Invierno

Si el invierno no saca en algún momento su carácter, parece como si el año quedara desvaído. No es lo mismo. Falta algo. En lo más hondo de nosotros tenemos necesidad de que las cosas mantengan su encadenamiento lógico, y cuando se rompe nos produce desasosiego. Queramos o no, somos seres solidarios con todo lo creado. Este año se ha querido disfrazar de primavera durante un largo tiempo, pero al final ha mostrado sus poderes de siempre. Pueblos aislados, carreteras cortadas, lagos helados, estampas gélidas y, lo peor, más de trescientos muertos entre quienes no han podido sobrellevarlo. Viene de la tundra siberiana y crece en la estepa rusa para no hacerle perder su mayor rasgo de identidad.
-El invierno es el amigo del ruso -le decía un personaje de Miguel Strogoff a otro.
-Sí, pero hay que tener un temperamento a toda prueba para resistir esa amistad.
Pues como amigo, y convertido en general sin ejército, la libró dos veces de ser ocupada por las tropas más poderosas del momento. Qué habría sido de Rusia en las manos de Napoleón o de Hitler si el general invierno no hubiera detenido su avance en una batalla contra la que ninguna estrategia podía enfrentarse.
Por estos lares astures suele mostrar una cara muy llevadera, o al menos bastante más que la que nos enseñan las imágenes de otros sitios. Se ve que es tierra moderada y poco amiga de extremos. En la memoria de alguno seguramente quedarán lejanos recuerdos de infancia, cuando el invierno era el tiempo en que se difuminaban los contornos de la realidad y la propia naturaleza parecía confabularse para ofrecer un escenario distinto, como apenas ya hace. Frías amanecidas en medio de un paisaje todo blanco, carámbanos colgando de los aleros, charcas heladas y gorriones ateridos picoteando entre la nieve. Troncos crepitando en la chimenea y una olla con caldo para espantar el helor de la anochecida. Quizá ahora sea un buen momento para recordar palabras que entonces tenían todo el valor de lo necesario y que los nuevos modos de la modernidad relegaron al rincón de la añoranza: brasero, badil, morillo, fuelle, lumbre. Y tiempo aquel también de conversaciones y juegos, bien arrimados al fuego, porque el exterior no se permitía ningún gesto amable. El invierno era forzada introspección y propiciaba un acercamiento familiar que podía resultar gratificante, pero a través de los cristales empañados siempre había alguien que atisbaba para ver si por fin el sol volvía a traer la normalidad.
Contemplando las imágenes que nos llegan, nos damos cuenta de que el progreso ha hecho más cruel el invierno al paralizar buena parte de lo que ahora
nos resulta imprescindible y que antes no teníamos. Quien más tiene, más siente su pérdida. Pero que sea bienvenido, aunque sólo sea para no sentirnos desorientados por el desorden de las cosas que no están en su sitio. En todo caso, como dejó escrito un poeta romántico en un momento en que debía de tener razones para el optimismo, si el invierno comienza ¿puede estar muy lejos la primavera?.

No hay comentarios: