miércoles, 22 de febrero de 2012

El arte de hoy

Cada vez que a uno le da por entrar en ARCO o en alguno de los infinitos museos de arte contemporáneo que han brotado como setas en los últimos años por toda España, sale haciéndose una pregunta que le desconcierta: ¿Por qué no soy capaz de entender el arte de mi tiempo? Y de ella se derivan otras no menos ayunas de respuesta: ¿Por qué el artista ha terminado renunciando a que su obra pueda ser comprendida? ¿Es que no tiene nada que decir y lo disimula mediante una fingida complejidad conceptual? ¿Por qué somos la primera generación de la Historia que no puede identificarse con el mensaje de sus artistas?
El arte griego persiguió el supremo ideal de la belleza, teniendo siempre al hombre en el centro de su búsqueda. El medieval ejerció una función didáctica por medio de unos programas iconográficos que, a pesar de su carga simbólica, tenían que resultar entendibles para todos, porque ahí radicaba su razón de ser. En el Renacimiento el hombre vuelve a ser la medida de todas las cosas y plasma de nuevo las aspiraciones que le son inherentes: racionalidad, armonía, equilibrio. El Barroco se identifica con el espectador a través de la expresión de los sentimientos y de todo aquello que le es cercano: escenas costumbristas, retratos, paisajes, bodegones. Toda la Historia del Arte es la crónica de un diálogo entre un emisor y un receptor, que será tanto más elevado cuanto más categoría de genio alcance el creador. Sólo a partir del siglo XX ese diálogo se hace ininteligible.
La abstracción fue el resultado final de un proceso de decantación de los elementos figurativos. En ese sentido, aunque muy conceptualizado, es un mensaje que puede ser comprensible. El engaño se produce cuando ese proceso no existe; entonces no hay nada detrás de la obra. En los últimos años nuestras ciudades se han uniformado exteriormente; en todas se encuentran parecidos artilugios extraños “decorando” sus plazas y calles. Fíjense en alguno de ellos y traten de recorrer el camino inverso hasta la imagen real del concepto que representa. Muy pocas resistirán la prueba. Y así se llega a la aberrante realidad de que es el precio lo que fija la calidad de la obra, sin querer ver que el precio es un elemento artificial, impuesto según criterios puramente mercantiles. No es una categoría de juicio de calidad ni una razón artística; no puede modificar los atributos intrínsecos de la obra; no convierte lo malo en bueno. Simplemente es una cifra que los mercaderes del arte imponen según sus intereses.
¿Qué es el arte? Morirte de frío, decía un chusco chiste de mis tiempos de estudiante. Y a pesar de no ser más que un mal chascarrillo, algo hay de verdad en ello hoy. Una obra maestra jamás te deja helado; al contrario, hace bullir las emociones y pone calor en las fibras más delicadas de la sensibilidad. Lo que deja fríos los sentimientos es la vaciedad conceptual, llegar a convertir al cuadro en un simple objeto decorativo, porque sus colores alegran el salón. Lo inquietante es pensar que el arte siempre es el reflejo de una época y de una sociedad.

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