miércoles, 1 de abril de 2009

El debate del aborto

Vaya por delante que uno tiene como firme premisa de lo que va a escribir que la decisión de abortar es un hecho traumático y doloroso, que no se toma impunemente ni puede enterrarse en el olvido, porque en cualquier momento, ante una mirada, ante una añoranza, ante un simple paseo por un parque infantil, aparecerá con su factura. Y también que nunca caerá en la osadía de juzgarlo, no sólo porque no es nadie para ello, sino porque pertenece al ámbito más íntimo de las conciencias, allí donde prescriben todos los derechos ajenos y donde, en definitiva, se dicta la sentencia que premia o castiga nuestras acciones. Opinar sobre algo que no se ha vivido puede ser un brillante ejercicio dialéctico, pero también un atrevimiento despiadado. ¿Cómo entender cada circunstancia personal, la angustia de la indecisión previa o el desasosiego que seguramente se ha instalado en las noches y los días?
Lo que sí cabe es opinar sobre los argumentos digamos externos, esos que aducen, a veces casi como dogma de fe, tertulianos, políticos, periodistas y expertos de toda laya. Por ejemplo, uno oye decir a esa chica que hicieron ministra de Igualdad que el aborto es una ideología. Hay que ver, ministra. Debe usted hacer un esfuerzo por disimular su menguada formación. Por lo visto nadie le ha explicado que amparar bajo el manto ideológico cualquier actuación resulta inquietante. Ideología tiene el asesino del coche bomba y por ideología mataron los terroristas de los trenes y las torres. Si ideología viene de idea, resulta claro que todo lo que hacemos responde a ella.
Y oye también afirmar a una señora muy segura de sí misma que eliminando a un recién concebido no se quita ninguna vida y la pregunta es obvia: entonces ¿por qué crece el feto?. Vale, pero hay que respetar la decisión de la mayoría. Claro, pero ¿cabe decidir mediante una votación cuándo se puede considerar a alguien un ser humano?. Porque el desarrollo no tiene apartados; fluye de forma continua, y cualquier línea divisoria que se le ponga no es más que puro convencionalismo establecido a conveniencia. Pues en cualquier caso siempre ha de ser una decisión de la madre. O sea, que el padre no tiene nada que decir sobre la eliminación de su hijo.
Y además, se oye, es una medida progresista. Etimológicamente progreso significa ir hacia adelante, así que resulta difícil aplicarlo a un hecho que se practica desde la noche de los tiempos. Ya las sociedades más antiguas utilizaban hierbas y mejunjes abortivos, cuando no el expeditivo método de la aguja, así que habrá que poner en cuestión el término. En todo caso, cortar un desarrollo no es nada progresista, como no sea que se equipare a una enfermedad. Y queda por explicar cómo es posible que una chica de dieciséis años, que no puede comprarse una cerveza sin permiso de sus padres, vaya a poder abortar sin que ellos lo sepan, con lo que se les puede privar de la posibilidad de ayudarla.
El debate irá para largo, como siempre ha sido, pero al menos sepamos discernir la categoría de los argumentos. Que hay mucho sofista interesado suelto por ahí.

No hay comentarios: