viernes, 23 de enero de 2009

Lo que somos

Parece ser que este cuerpo que nos alberga se compone de cien billones de células, docena más o menos. No sé cómo han podido contarlas, pero eso dicen los científicos que, a diferencia de algunos políticos, no tienen ningún interés en mentirnos. O sea, que nuestro cuerpo no es más que un completo muestrario de especímenes celulares, eso sí, adecuadamente distribuidos. Aunque es evidente que las tales células no son idénticas en todos los cuerpos, al menos por fuera. Las de un servidor, por ejemplo, tienen bastante peor presencia que las de Monica Bellucci, qué se va a hacer, y entre las de Beyoncé, pongo por caso, y las de Chávez, cualquiera puede notar también alguna que otra diferencia visual. Se conoce que en esto de las células cada uno ha entrado en el sorteo sin haber sido consultado y sin ningún derecho de reclamación.
El caso es que somos tan sólo un conjunto organizado de células, en las que se asientan no sólo todas nuestras funciones físicas, sino los códigos genéticos, las claves fenotípicas, los condicionantes de nuestro aspecto externo y hasta lo que en el catecismo se llamaba las potencias del alma, es decir, el entendimiento, la memoria y la voluntad, que tienen su sede por los vericuetos del cerebro. Los científicos sospechan, incluso, que en el interior de alguna escondida cadena de aminoácidos se encuentra impresa nuestra trayectoria futura, tanto física como de conducta, con lo cual, hasta el mismo Destino, con mayúscula, termina reducido a unos nombres químicos. Ay si Sófocles, Shakespeare o Calderón lo supieran.
La ciencia, que es implacable, nos está poniendo a los humanos en el sitio que jamás creíamos ocupar. Somos una simple parte indivisible del gran conjunto químico universal. Ese que te mira cada mañana desde el espejo, que vive, lucha, piensa y duda, no es más que un inmenso conjunto de células organizadas según un esquema determinado, cuyas claves comienzan a conocerse cada vez mejor. Puesto bajo el microscopio, todo va teniendo un nombre y una fórmula. ¿Y los sentimientos? ¿Y el gozo tembloroso de una emoción? Ay, amigo; ahí nos quedamos. Vamos a creer que los sentimientos reposan solamente en lo más misterioso y profundo del corazón.

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