viernes, 13 de octubre de 2023

Crónicas viajeras: Israel

Si algo no se le puede negar a Israel es su singularidad entre todas las naciones del mundo. Singular por su nacimiento y por su propia existencia diaria, por su voluntad de ser un país democrático en medio de una zona regida por fanatismos, por verse obligado a alimentar su propia paranoia, porque nadie ha sido condenado como él a vivir bajo una amenaza continua, con dudas permanentes sobre su futuro, y a tener que sacudirse cada día la sombra de un complejo de culpabilidad. Forzado a vivir con la incomprensión de las apoltronadas democracias europeas y de su autodictada corrección política. Un país que la palabra crítica de David Grossman ha definido desde dentro: "Esa tierra torturada, víctima de una sobredosis de historia, de un exceso de emociones humanamente incontenibles, de un exceso desmesurado de acontecimientos y tragedias, de ansiedad y de contención paralizante, de memoria, de falsas esperanzas, de un destino único entre las naciones; un lugar que a veces parece un relato de dimensiones míticas, un relato tan imponente que llega a deteriorar su relación con la vida misma y con nuestras posibilidades, las de los israelíes, de poder llevar alguna vez una vida normal y corriente, ser un estado como los otros, una nación entre las naciones."
Este país, ubicado en un rincón de mil disputas, del que se ha dicho que tiene demasiada historia para tan poca geografía, es también el de los mil equilibrios. Equilibrio entre su situación en el Oriente Medio y su identidad claramente occidental, entre su condición laica y su fundamento religioso, entre las mentalidades germánica, latina y eslava de quienes lo conformaron, y entre la tradición y la modernidad. Un ejemplo: normalmente se usa el calendario cristiano, pero la ley obliga a usar los dos en los documentos oficiales.
"¿Qué tiene esa tierra vieja, seca y ajada, que todos se enamoran de ella como si hubiesen perdido la razón?", se preguntaba un personaje europeo de un relato de Amos Oz ambientado en 1948, y le responde un árabe: "De donde es difícil entrar es difícil salir". Y un judío: "Eretz Israel está llena de símbolos sencillos. No sólo el Jordán y el mar Muerto; hasta la bilharzia (una enfermedad parasitaria) adquiere aquí una dimensión simbólica".
Hoy es aún más vieja, pero no está ajada ni seca ni hay ya bilharzia. En cambio permanecen los símbolos, los mismos que han sostenido su pervivencia espiritual a lo largo de los siglos fuera de su espacio físico. Ningún otro pueblo tiene las páginas de su pensamiento tan rebosantes de melancolía y añoranza como el judío. "Deshonrados y humillados en el exilio, debemos escuchar en silencio a aquellos que dicen: Todo pueblo tiene un propio reino y sólo a vosotros os falta incluso la sombra de uno sobre la Tierra", escribía Chasdai, un erudito cordobés del siglo X. Ahora que lo tienen, han demostrado que están dispuestos a defenderlo, y a qué precio.
 

No hay comentarios: