Bohemia es una región de nombre hermoso y
renombre amplio, situada allá donde la Historia sitúa a las regiones que quiere ver en
sus páginas con frecuencia. No es cuestión ahora de reseñar su peripecia, en
continua mudanza y casi siempre en ignorancia de su destino, ni de la salud que
le quitaron los Heydrich de turno, sino de la que ella dio al cuerpo y al alma
de media Europa cuando aún había quien la buscaba sin tiempo y con fe. En
Bohemia tiene el viajero a su disposición los que acaso sean los balnearios
termales más famosos y parnasianos de Europa.
Karlovy Vary es en alemán Karlsbad, Baño de
Carlos. Fue, cómo no, Carlos I, el rey mito de Bohemia, que reinó en el siglo
XIV, el que una vez más dejó su nombre para la Historia , junto con la
universidad de Praga o su famoso puente. Este Carlos es el rey que todas las
dinastías tienen o crean, y que marcan el punto de inflexión más alto de la
trayectoria histórica del país. Dicen que andaba cazando por aquí cuando su
perro se cayó en un charco y se escaldó; luego, él lavó una herida de su
rodilla con aquellas aguas y se curó. De este modo quedaron descubiertas las
aguas termales y sus propiedades curativas; un relieve en madera lo recuerda
junto a uno de los manantiales.
Karlovy Vary es una ciudad elegante, de
edificios señoriales alineados a lo largo del río Tepla, llena de hoteles y
sanatorios de lujo y plagada de comercios donde se vende, sobre todo, el
cristal de Bohemia. Cuenta con varias termas, albergadas en airosas columnatas
de hierro, como la de Trzni, antes Yuri Gagarin. Tiene un pasado asociado a los
achaques y melancolías de algunos de los ingenios más representativos de una
época ya ida, pero irremediablemente nostálgica: Smetana, Schiller, Beethoven,
Listz, Dvorak, Brahms, Paganini, Chopin y, sobre todo, Goethe, que hizo de
Karlsbad su visita preferida tras el desengaño que la joven Ulrika le dio en
Marienbad. Karlsbad sigue siendo hoy lugar ya no sé si para mejorar del tracto
digestivo o de las afecciones biliares, que de eso tal vez la ciencia médico-química
sepa más, pero sí para poner en orden esas ideas que nos retozan sin sistema ni
norma, que también esa es enfermedad de mal incordio y mayor frecuencia.
No muy lejos se halla Marianske Lazné, la Marienbad alemana. Se
dice que en el siglo XVIII fue encontrada aquí, junto a un manantial, una
imagen de la Virgen
y, por eso, cuando en 1866 un abad premostratense funda allí un pueblo, le da
el nombre de María. Marienbad es también un lujoso y señorial lugar, tal vez
aún más que Karlovy Vary. Su fama le viene de su belleza y de la calidad de sus
aguas, por supuesto, pero también de los componentes literarios que se
incrustan en su historia, desde Goethe, Turgueniev, Kafka o Freud, hasta el
objetivismo francés, con Robe-Grillet y su año pasado en Marienbad. Chopin, un
iluso peregrino de aires y aguas saludables, vivió también en Marienbad, lo
mismo que Wagner, cuya casa se señala hoy con una clave de sol. Uno piensa que
Marienbad debe mucho de lo que es a su pertenencia al ámbito histórico alemán,
y aun ahora mismo a su cercanía a la frontera, apenas 8 kms, que la convierten
en un atractivo objetivo de los bolsillos llenos de marcos. El régimen
comunista no pudo con tan poderosos atributos, y así, Marienbad, igual que
Karlovy Vary, muestra en todo su esplendor sus casas señoriales, los elegantes
hoteles, su conjunto estilo imperio, la magnífica columnata central, que con su
hermoso diseño y sus 200 m .
de longitud, constituye una obra maestra de la arquitectura en hierro. Y eso
que en el centro del pueblo, comiendo la mitad de un parque, se pretendió
levantar un enorme hotel moderno, atentado que el cambio de régimen llegó a
tiempo de frustrar, aunque no sé, porque la plataforma de hormigón que allí se
ve va a dar trabajo a quien quiera dejarlo como estaba.
Si el viajero llega a Marienbad en verano
tendrá ocasión de ver y oír una de sus recientes maravillas: la fuente musical,
que convierte sus surtidores en instrumentos y su conjunto en orquesta. Puede
también, esto en todo momento, subir hasta la iglesia ortodoxa para saber si le
gusta su ostentoso iconostasio en cerámica y oro. Y en todo caso, siempre le
será posible pasear calles tranquilas y arboladas, en las que está prohibida la
tracción a combustible. Si luego, en la noche, se encuentra con la sombra
malhumorada de Goethe, allá él.
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