miércoles, 4 de enero de 2023

Otro año

Ha entrado el nuevo año de forma amable, con el invierno procurando no molestar, mostrando su cara más benigna y alterando sus propias normas, como si pretendiera parecerse a la primavera. Queda atrás otro año como todos, con las mismas miserias de siempre, con las ambiciones, las ansias de poder, las injusticias, la violencia y el dolor producido por unos cuantos y los ejemplos de nobleza y generosidad por parte de otros. Un retrato fiel de esta especie nuestra, que año tras año es incapaz de sacar consecuencias de sus errores. Han venido nuevas ideas de futuro y se han ido algunos que nos acompañaron durante mucho tiempo desde los titulares de los noticiarios en el día a día de la actualidad: Benedicto XVI, Isabel II, Gorbachov, Pelé. Nombres que, como todos, se irán diluyendo poco a poco en la memoria, sumergidos bajo el peso de otros que vendrán a ocupar su lugar a lo largo del año que empieza. En las sonrisas y las palabras de estos días hay continuas expresiones de deseos de paz y felicidad, puede que más de una ilusión fundada o acaso alguna triste desesperanza por algo que se avecina como irremediable, o quizá el gozo por algo que se espera, pero, por debajo de todo ello, lo que late en nuestro interior es un sentimiento de asombro e incredulidad ante el paso del tiempo. Como si no hubiera sido siempre el mismo o como si alguna vez, en algún momento desde la creación del mundo, se hubiera detenido o le hubiera sido concedido a alguien la facultad de detenerlo. Los hombres somos dados a amoldarnos a todo, pero a esto no nos acostumbramos. Y sin embargo, somos hijos del tiempo y el propio tiempo nos devora, ya lo escribieron y pintaron otros con la misma mueca de incomprensión.
Es tiempo de balances, de recuento de propósitos no cumplidos y de renovación de los que el año próximo volveremos a contar igualmente como sin cumplir, que por eso somos como somos, barro con algún leve reflejo encima que nos dota de categoría racional, pero no de fortaleza de voluntad. Fechas estas en que notamos como en ninguna otra el paso de los años sobre nuestra propia vida; parece que fue ayer y todo es ido. Los años pasan sin ruido, a tientas sobre nuestras almas y nuestras arrugas, sin ni siquiera un suspiro de cansancio; un caminar y caminar sin fin hasta que un día nos obligan a abandonar el sendero. Entonces no queda más que irse tan de puntillas como se vino. Dejar el recuerdo y el amor que se haya podido derramar y hacer mutis con la sencilla dignidad de la hoja que cae. Entretanto, procuremos ser felices.

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