miércoles, 11 de enero de 2023

En el tren

De Budapest al lago Balatón hay apenas cuatro horas de tren, que cubre un expreso de apariencia algo anticuada, aunque cómodo y veloz. Llamarle expreso quizá sea excesivo, porque se detiene en todas las estaciones, pero tiene porte de tal y, además, así figura en los paneles. Desde la ventanilla se ve un paisaje típicamente húngaro, un paisaje de bosquecillos, praderías y campos cultivados, casas diseminadas, pueblecitos de campanarios puntiagudos y verde, todo muy verde. Abunda el maizal y, a trechos, se ven grandes extensiones de girasol. Y el todopoderoso horizonte, único capaz de poner límite a la llanura.
En el tren todo es silencio. El húngaro es un pueblo silencioso, amable pero silencioso, como si hablar simplemente por hablar comportara el riesgo de dejar escapar sentimientos que necesitan una meditación previa. En una pequeña estación sube una pareja de viejecitos que se sienta a nuestro lado, él con un traje gris que denota claramente las huellas del paso del tiempo, y ella con un vestido que refleja cierta elegancia pasada de moda. Seguramente se han puesto sus mejores atuendos, porque hoy es un día importante: van a ver a su hijo a Balatonfüred y a pasar unos días con él. Él saca un pañuelo y limpia el asiento de ella antes de dejarla sentarse, luego acomoda como puede su maleta y se sienta; pronto se queda dormido. Ella no; ella es amable y comunicativa; su arrugado rostro muestra una dulzura matizada por unos ojos cansados que parecen haberlo visto todo. A pesar de la tremenda barrera del idioma, y valiéndonos de lenguas ajenas –italiano e inglés- podemos enterarnos de que en sus vidas han hecho presa todos los dramas del siglo, que fueron muchos. Son un reflejo individual, uno más, de la inmensa tragedia colectiva de su pueblo. Con su voz cadenciosa y sin poner el menor énfasis en ningún concepto, evoca su juventud, marcada por el dominio nazi, ojos adolescentes empapados de uniformes pardos, hambre, temor, recelo y miedo, un miedo irremediable. Luego, los libertadores comunistas, que impusieron una tiranía aún más larga y más vesánica, el levantamiento popular de 1956, la presencia de los tanques soviéticos por las calles de Budapest, la ciudad aterrorizada por la sangrienta represión, y de nuevo un miedo inacabable. Cuando después de más de treinta años llegó el primer resquicio de libertad, su país se anticipó a todos en conseguirla, pero entonces vinieron los sacrificios por levantarlo. A veces se pregunta por qué todo eso, qué destino rige los caminos del hombre hacia la maldad y cuál puede ser el valor de la inocencia para salir siempre derrotada. Qué sentido tiene activar la memoria, personal y colectiva, si el corazón ya ha tenido su buena dosis de sufrimiento y aún están tiernas sus cicatrices.
Pero ahora no. Ahora, cuando el tren aminora la marcha, se asoma impaciente a la ventanilla y se le ilumina la cara al ver que su hijo está esperándolos en el andén.

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