De paz y felicidad, al menos en los saludos y los deseos. Qué bien
nos suenan esas expresiones tan propias de estas fechas. Estamos necesitados de
palabras amables que nos laven la costra de desencanto que nos deja cada día la
realidad en que vivimos y que muchos se empeñan en hacer aún más amarga. Que se
callen de una vez los que insultan y ofenden desde las tribunas donde los hemos
puesto con nuestros votos, que se avergüencen al oírse a sí mismos, que hagan
una pausa al menos en estos días en que todos parece que sentimos más cercanos
los deseos de paz.
Paz ante todo con nosotros mismos, en nuestro propio interior, que
es la que descansa en esa cámara sagrada
que todos custodiamos dentro y cuya inviolabilidad es nuestra posesión más
preciada. Frente a la paz exterior, que no está en nuestra mano ni jamás ha
aparecido por la tierra desde que los humanos están en ella, la paz interior es
la que habita en nuestro refugio mas privado y es la única que cada uno de
nosotros puede gozar sin la inquietud de que alguien pueda nada contra ella. Y
uno cree que es el mejor deseo que se puede ofrecer al prójimo.
Paz consigo mismo a los políticos enfermos de la pasión del poder
que, con tal de satisfacer sus ambiciones personales, no vacilan en poner en
riesgo realidades sociales sólidamente asentadas que constituyen lo más querido
y sagrado de cualquier persona. A los que tratan de servirse de caminos
torticeros para seguir en su sillón, a los de la crispación continua y a los que
acallan su conciencia para que no moleste. Días de paz a sus inquietas mentes y
a sus agitadas aspiraciones.
Paz a los que sufren sin haber hecho nada por merecerlo y a los
que sufren para que no sufran los demás; a los que han renunciado a vivir estos
días en familia porque han querido llevar algún remedio y alivio allí donde la
enfermedad envuelve en sufrimiento y desesperanza, y a quienes han partido a
zonas de peligro y tratan de poner lo mejor de su parte para aportar un poco de
orden y seguridad en aquel infierno.
Paz esperanzada a los sempiternos pesimistas que jamás pueden ver algo
bueno en nuestras cosas; a los que, de buena o mala fe, creen que los males se
arrancan con otros males; a los que se desesperan por cosas sin importancia,
que son casi todas, y a quienes sólo
aspiran a vivir una vida sencilla con los suyos y con las pequeñas ilusiones y
decepciones de cada día. Y a ti, que has querido leerme.
1 comentario:
Y a ti por escribir tan bien.
Publicar un comentario