miércoles, 23 de noviembre de 2022

El mundial más extraño

Lo único inocente y auténtico que debe de haber en este insólito mundial de Qatar es la pelota rodando por el césped y el esfuerzo y la ilusión de los jugadores corriendo tras ella. Al menos se salva eso, que en realidad es la auténtica esencia del fútbol. Lo demás da la impresión de ser un espectáculo fuera de lugar, artificioso, carente de esa legitimidad que solo da la acción de la tradición y la historia. Un mundial nacido de una oscura decisión con tintes corruptos, jugado a destiempo, en un lugar donde apenas habían visto un balón, donde todo había que crearlo a partir de la nada y al que había que acudir con unas cuantas lecciones bien aprendidas sobre cómo comportarse y vestirse para no tener problemas. Relucen los flamantes estadios recién inaugurados con sus líneas de rompedora modernidad, pero no resuena en sus gradas el eco de ningún entusiasmo, eso que viene a ser la pátina que da solera y calor al frío hormigón. Es de imaginar, cuando todo esto acabe, el silencio que caerá sobre estas gradas de líneas futuristas y protagonismo efímero, en las que quizá alguien se siente alguna vez a pensar qué hacer ahora en ellas y qué se podría haber hecho con los 200.000 millones de euros que costó el capricho.
Y en esto, sale el mandamás del fútbol, un suizo de mirada lánguida y pausas teatrales, y nos dice que estos días se siente catarí, árabe, africano, gay, discapacitado e inmigrante. Cuántas cosas. Puede incluso que hasta se sienta presidente de un organismo que debiera estar por encima de cualquier particularidad y ajeno a intereses que no sean exclusivamente los futbolísticos. Y a cuenta de las críticas a la falta de derechos de los cataríes nos dice que los europeos no podemos dar lecciones a nadie y que deberíamos pedir perdón por lo que hicimos durante tres mil años. Supongo que será también por haber creado el fútbol.
Sentado ante el televisor, viendo un poco de la inauguración antes de cambiar a otra cadena donde daban un reportaje sobre los lemures de Madagascar, a uno le dio por pensar que si algo había mostrado este acto era que el dinero puede conseguirlo todo menos lo más importante, justo aquello que no puede comprarse porque nadie puede venderlo. Esta tarde les toca a los nuestros y otra vez se repetirá el rito de las reuniones ante el televisor, las calles vacías, las cañítas con la bolsa de patatas fritas, los ayes y los huys por cada disparo a puerta y las lecciones y explicaciones del técnico que cada aficionado lleva dentro. Realmente el fútbol debe de ser algo importante cuando ni estos que lo rigen pueden con él.

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