Como cada año, vuelven a oírse en este día de nuestra fiesta
nacional las mismas cansinas voces de siempre exigiendo no se sabe qué clase de
disculpas por lo que han hecho nuestros antepasados hace quinientos años.
Absurda pretensión, tan absurda como inútil en su esterilidad. Absurdo es,
además de injusto, empeñarse en juzgar con nuestra mentalidad de hoy hechos
cometidos por personas que vivieron más allá de nosotros en el tiempo. Los
protagonistas de los hechos históricos no pueden escaparse hacia el futuro ni
adelantarse medio milenio en el pensamiento; tienen que actuar con su bagaje
ideológico y sometiéndose a la conciencia de la época. Como estamos haciendo
nosotros. Esto es tan obvio que ignorarlo deliberadamente parece cosa de afanes
interesados o, si no, de cretinismo.
Da pereza repetir lo que es evidente, pero no está mal recordarlo
y decirlo en voz alta sin complejos. El hombre europeo del Renacimiento,
inquieto, curioso, ávido de conocimiento y poseído de la nueva concepción que
le atribuía ser la medida de todas las cosas, por fuerza habría de concluir por
encontrar las tierras desconocidas del planeta. Las nuevas técnicas de
navegación, los avances cartográficos, los intereses comerciales y el impulso
ideológico no hubieran permitido que América hubiera seguido siendo desconocida
para los europeos más allá del siglo XVI. Le tocó la misión a España, y España
lo hizo como supo, con la visión propia de la época y con un espíritu
autocrítico constante, del que tanto se han aprovechado sus enemigos. España es
la única potencia colonizadora que se cuestiona desde el principio la licitud
de sus conquistas, algo que en Inglaterra, por ejemplo, sería impensable. Un
dato: en 1550 Carlos I ordena cesar toda conquista hasta que un Consejo
especial dictamine si es lícita o no.
El resultado es una tremenda sacudida a la Historia , acaso la mayor
de todas las conocidas. Un continente completo se incorpora de pronto a la
civilización occidental; las raíces de la visión griega del hombre y de su
espíritu se hacen universales; se cruzan todos los océanos y se abren nuevas
rutas se; se fundan ciudades, se crean imprentas y universidades, y las
premisas humanistas del Renacimiento se extienden por la mitad de la tierra; la
lengua española se convierte en nexo de unión entre pueblos que sólo unos años
antes vivían totalmente aislados entre sí. Al mismo tiempo se va creando un
extenso corpus jurídico, las famosas Leyes de Indias, que en muchos aspectos
anticipan postulados que sólo se tendrán como evidentes tres siglos después. Y,
a posteriori, un dato: el período que va desde el final de la Conquista , a mediados
del siglo XVI, hasta la independencia, tres siglos más tarde, es el período de
paz más largo de la Historia
de América. Y en otro nivel, España, tras un primer momento traumático en el
que las enfermedades y las acciones guerreras causaron gran mortandad, no tuvo
escrúpulo racial alguno ni inconveniente en producir ese mestizaje que resulta
casi único en el balance de las colonizaciones europeas. Y sí, por supuesto que
hubo muchos puntos criticables.
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