Casi sin transición y sin avisos, ya tenemos otra vez ahí el
verano. Si es que parece que el anterior se fue hace nada; hay que ver qué
tópico más manido ese de lo rápido que pasa el tiempo y lo cierto que es. Viene
con ganas; todavía no ha llegado el solsticio y ya está achicharrando la mayor
parte de la península con ese calor apabullante que nos envían cada año desde
tierras africanas, y así todo, su imagen inconfundible nos tiene dominados los
deseos y fijadas las añoranzas. Parece traernos un ansia irresistible por
absorber la vida en este paréntesis que el año nos brinda, casi como si fuera cada
vez algo a estrenar. Se acumulan los pretextos para el desahogo. Mente y cuerpo
nos reclaman la luz y el aire libre, como si no fueran capaces de soportar el
resto del año sin una inmersión temporal en ellos. Sentimos necesidades que
sólo el eterno vaivén de esta bola que nos acoge puede satisfacer, como si la
mecánica celeste tuviera un corazón que comprendiera nuestros afanes. Esa es
nuestra condición: la de ser pequeña mota que se tiene que dejar llevar, porque
toda esa plenitud de vida que nos invade en verano, la alegría de las
madrugadas tempranas y claras, la serenidad que desprenden esas tardes largas y
mansas, el inquieto bullir de nuestro espíritu o el deslizamiento hacia un
sentimiento de renovado optimismo que nos tiende a afectar en estos días, todo
eso no es, en definitiva, más que una simple consecuencia de la inclinación del
eje de la Tierra. Menos
mal que nadie tiene el poder de enderezarlo.
También la intensidad informativa parece haberse contagiado estos días
del efecto del calendario. Arde la política exterior de nuestro país, sobre
todo en sus flancos más sensibles, y de paso nos deja la economía tiritando,
asomada al borde de una grave crisis, con una alocada subida de precios, una
deuda por las nubes, una inflación descontrolada y una amenaza de escasez de
energía como fruto de una inexplicable decisión con relación a uno de nuestros
vecinos; este Gobierno ya ha demostrado muchas veces que es especialista en
crear conflictos donde no los hay sin nada que ganar a cambio.
No está el verano para muchos despilfarros viajeros, justamente
cuando más necesitábamos vivir intensamente ese tiempo de desinhibiciones y
sentirnos con una actitud renovada ante el paisaje de cada mañana después de
dos años de tener que imaginarlo desde casa. Pero tratemos de no pensar
demasiado y ser cigarras por un momento, que ya se encargarán desde arriba
todos los días de amargar el tono de nuestro canto.
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