miércoles, 21 de julio de 2021

Tiempo revuelto

Entre lo que nos trae la madre naturaleza y lo que armamos por aquí, el mundo parece no estar muy en sus cabales. O sea, más o menos como siempre, solo que ahora podemos verlo con una mirada más amplia. El planeta de extensos espacios ignotos y andadura inagotable durante tantos siglos, se ha convertido de pronto en una finca comunal, y el chasquido de una pequeña rama en cualquier árbol se deja oír en toda la extensión del bosque. Resulta un consuelo pensar que, al fin y al cabo, suceden las mismas cosas que nos han sucedido siempre desde que aparecimos por aquí -desastres naturales, accidentes y todas las maldades que añadimos los humanos-, pero ahora resulta más inevitable que nunca hacerlas nuestras y sufrirlas o gozarlas como algo cercano. En cierto modo hemos aumentado nuestra condición de sujetos pasivos de todo lo que sucede en cualquier lugar.

Lloran Alemania y Bélgica la tragedia de unas inundaciones que han causado cientos de muertos y desaparecidos, además de enormes daños materiales en la zona más rica de Europa. Tiene algo de especial esta catástrofe, por sorpresiva y por infrecuente. A pesar de que haya quienes se esfuercen más por estar mejor preparados, cuando los elementos se desatan no miran dónde lo hacen e igualan todos los lugares con su acción destructiva. Si acaso luego, a la hora de remediar sus consecuencias, sí tendrá que ver el grado de capacidad de respuesta del país afectado, y el desastre será más o menos reparable, aunque el dolor por los que se fueron siempre será el mismo. Algo se podrá aprender de esta tragedia, aunque no sea más que la evidencia de nuestra ignorancia acerca de las fuerzas que actúan sobre nuestro mundo.

Casi al mismo tiempo, de Cuba nos llega un recordatorio más de que el dinosaurio sigue allí, aunque con otro nombre. La enésima revuelta dentro de la inmensa cárcel parece comenzar a diluirse, pero seguro que tendrá más reediciones. Un sistema que se basa en privar a un pueblo del derecho a las urnas, de la libertad de expresarse y de opinar y de la posibilidad de abandonar su país; en negar a sus ciudadanos cualquier aspiración a su desarrollo personal fuera de las rejas donde se encarceló sus ideas; en obligar a convivir con la realidad de cientos de detenciones injustas y millares de exiliados; en haber hecho de uno de los países más ricos de América un lugar de hambre y pobreza, lleva dentro de sí el germen de su propia destrucción. Queda el difícil trance de buscarle el cierre menos doloroso posible.

Y este virus que no se acaba.

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