miércoles, 2 de junio de 2021

La voz que no se escucha

Es una más de las nuevas religiones que nos están imponiendo en esta época de descreimiento e indiferencia hacia los dogmas tradicionales: el culto a la juventud. Siempre lo hubo en mayor o menor medida, pero ahora parece alentarse aún más desde las altas instancias de todos los poderes, ayudado por la deriva tecnológica que ha emprendido nuestra sociedad, en la que cada día ya no tienen cabida elementos de la tarde anterior. Quien domina los artilugios técnicos que se han vuelto imprescindibles para poder vivir domina la sociedad, y en eso los jóvenes llevan toda la ventaja. En un mundo de códigos, claves, contraseñas, aplicaciones, palabras extrañas y escasa preocupación por la expresión, se sienten en su salsa frente a quienes esta revolución tecnológica les ha llegado de repente alterando el marco en que se desarrollaba su vida hasta entonces. Y sin embargo, toda esa desenvoltura no puede compensar la lógica falta del poso de conocimiento que aportan los años.

Qué cosa más agradable que una vejez rodeada de una juventud deseosa de aprender, pensaba Cicerón. Desde luego, en el campo de la política parece que ahora no hay nada que enseñar. Se desperdicia, aún más, se menosprecia la experiencia; se vuelve a caer en los mismos errores mil veces cometidos por los que gobernaron antes; triunfa el adanismo. Todavía no hace mucho veíamos la displicencia con que la portavoz socialista en el Congreso, una chica cuyo curriculum cabe en medio folio, criticaba a históricos dirigentes de su partido alegando su edad. Se ve que ya sabe todo lo que hay que saber y que nadie puede enseñarle más. Lo decía Maugham: "Es irritante la paciencia que hay que tener con los jóvenes. Nos dicen que dos y dos son cuatro como si nunca se nos hubiera ocurrido y se sienten terriblemente decepcionados si no participamos de su sorpresa al descubrir que las gallinas ponen huevos".

Pues claro que los tiempos cambian y que las circunstancias que nos rodean se renuevan continuamente, pero los factores que han de regir nuestra conducta ante ellas son permanentes y no admiten sustitutos: la prudencia, la reflexión, la sabiduría, la perspicacia, la serenidad. Todos ellos se acrecientan con los años. El búho de Minerva bate sus alas al anochecer, según observó el filósofo.

Y a la puerta de su casa, sentado en su banco, aprovechando los últimos rayos de sol antes de que llegue la ya cercana noche, un viejo sonríe levemente y recuerda una frase que oyó una vez y que nunca ha olvidado: los jóvenes piensan que los viejos son tontos; los viejos saben que los jóvenes lo son.

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