miércoles, 18 de octubre de 2017

El único argumento

Al final siempre son tres las fuerzas que motivan las decisiones que tomamos: la razón, los sentimientos o el bolsillo. Son las que nos mandan. Todos los actos que ejecutamos, cualquier hecho humano que analicemos, sea de nuestro pequeño ámbito personal o de los que están escritos en las grandes páginas de la Historia, tienen como origen alguna de estas motivaciones. Los que dicta la razón suelen dar resultados acordes con lo previsto, porque son fruto de un cuidadoso estudio previo que deja poco margen para cualquier sorpresa; por eso son generalmente los que dan un resultado más acertado. Los que nacen de los sentimientos tienen el riesgo de caer en la desmesura, que puede llevar a la grandeza o al ridículo, pero mostrando siempre un rasgo identificativo del carácter. Y los motivados por el afán de lucro material no son en definitiva más que el fruto del viejo oficio del mercadeo. En el caso del intento de secesión catalana se han ensayado los tres para atajarla.
El argumento racional tiene su base en la lógica y en la ley, y en este caso, además, en la trayectoria histórica, en el pasado común y en la suma de tantos azares, llantos y alegrías conjuntas, que algo deberían pesar. Pero la razón requiere un ejercicio intelectual previo y una disposición a admitirla y además es incapaz de mover el corazón. Su capacidad de influencia afecta a los campos diáfanos y congruentes emanados de la lógica, pero no influye en los escondrijos interiores donde residen las emociones. En este caso se muestra de poca eficacia.
Los argumentos sentimentales han adquirido gran fuerza por ambas partes. El brote de patriotismo español, hasta ahora solo intuido, que se manifestó de pronto en las calles catalanas; las banderas al aire, la desinhibición de las consignas, la pérdida del miedo a los calificativos, la salida del armario de algunos, aunque fuera solo asomándose por un resquicio, hicieron ver que las razones emocionales no estaban solamente de una parte y que no son más fuertes en los que más radicales se muestran ni descansan en lemas artificiosos ni en mensajes efectistas. Tampoco aquí parece decisivo.
El último argumento, el dinero, es el que pone más dosis de temerosa prudencia a la hora de tomar decisiones. La amenaza económica, la fuga de empresas, el temor a la recesión, la caída de todos los indicadores financieros y, sobre todo, la posibilidad de que la justicia haga recaer sobre el patrimonio personal de algunos el coste de la aventura, pesan más que mil razonamientos que el viento lleva. Ya se sabe lo que manda el dinero, pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero. ¿Puede el oro calmar las pasiones o hacer brillar la razón?, preguntaba el clásico. Sí, amigo; en este caso al menos, sí. Aunque uno lo duda, porque el menosprecio separatista de las advertencias por serias y autorizadas que sean, la negación de sus efectos y el consiguiente autoengaño sobre las consecuencias que se derivan de toda esta catástrofe económica, bien pueden tapar los oídos y hacer seguir hacia adelante.
Y al final, si estos tres factores de convicción fallan, se hace necesario volver al argumento de la razón, pero ya no para explicarla, sino para imponerla. La razón de la ley.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que bien explicado. Que privilegio el poder leer a un escritor que desarrolle los temas asi, tan asequibles y , sobre todo, tan originales. Gracias