miércoles, 7 de mayo de 2014

Un comensal más

En una de esas manifestaciones que agobian cada día nuestras calles, entre la marea de pancartas con los gastados ripios y eslóganes de siempre, podía leerse una que destacaba entre las demás precisamente porque no tenía ningún carácter reivindicativo: “Apaga la tele y enciende tu mente”. Sabio consejo. Una de esas recomendaciones que se hacen a quien uno quiere bien. Porque, salvo excepciones de algún espacio concreto, casi siempre de la mano de la cadena pública, de algunas series de calidad, y dejando al margen el caso de las temáticas, el contenido de un día cualquiera en la pequeña pantalla es para cerrarla bajo siete llaves y buscarse otra forma más gratificante de perder el tiempo; no puede ser difícil. Cuánta vulgaridad y qué poco talento. La originalidad se confunde con la zafiedad, la burla de las creencias y sentimientos de muchos se tiene por gracia ingeniosa, insistir continuamente en todo lo negativo que tenemos y omitir todo lo que pueda darnos esperanza se considera un timbre de modernidad. A la lengua española se la desprecia maltratando su sintaxis y reduciendo su léxico en favor de absurdos anglicismos; hasta se le niega el derecho a nombrar con su propia denominación a algunas ciudades españolas. Las tertulias son un retablo de tipos que pululan por ellas con sus conocimientos universales e inagotables y que enseguida publicarán un libro. Y los informativos, desfasados en su formato, lentos, reiterativos, parciales, abrumados de carga política, cargantes de declaraciones inanes. Esta es la televisión que, según las encuestas, muchos tienen como única fuente de adquisición de cultura.
El caso es que su omnipresencia es aplastante. En la mayoría de restaurantes, por ejemplo, no falta el dichoso aparato en el comedor como un comensal más. Y eso que si algún enemigo tiene el buen comer es la televisión. Tratar de saborear unos langostinos oyendo a esa chica del informativo de la Sexta que cada día nos cuenta lo mal que hacemos todo, o a las del conventillo de turno de Telecinco insultarse a grito pelado, parece metafísicamente imposible. Al hostelero eso no suele importarle nada; por mucho que uno se lo pida jamás apagará el aparato. Ni siquiera aunque el que lo solicite esté solo en el comedor y le diga que no quiera ver la maldita televisión. Alguien me explica que algunas cadenas le pagan por tenerla conectada y así contribuyen a aumentar los índices de su audiencia. No sé, pero desde luego cada vez ponen más; hay establecimientos que tienen hasta cinco aparatos, todos encendidos, por supuesto. Si esto es así, poca credibilidad cabe dar a tales índices, porque fuera del fútbol nadie atiende jamás a la televisión en un bar. Y hacen bien, desde luego, porque a un bar se va a pasar un momento distendido, a charlar con alguien o simplemente a leer el periódico mientras se toma la bebida preferida, pero no a que le den a uno la misma tabarra que en casa. Sé de alguno que ha adoptado la norma de no ir jamás a un restaurante que tenga un televisor en el comedor; prefiere comer un bocadillo en el parque. Dice que es su forma de contribuir a mejorar un poco el mundo.

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