miércoles, 20 de noviembre de 2013

Pegados al móvil

La imagen del adolescente de hoy va quedando fijada en una figura que camina solitaria, algo encorvada, con las manos en permanente actividad sobre un pequeño aparato que teclea continuamente. Si se le saluda no contesta, no por descortesía, sino porque no tiene ojos para nada que esté fuera de su pantalla. Eso sí, se pasa la vida comunicándose por medio del aparatito con otros que están en su mismo caso, que son casi todos, y haciendo que uno se maraville de que alguien pueda originar tanta información. Es el triunfo absoluto de la noticia intranscendente, el culto al hecho cotidiano, el otorgar categoría informativa al acto más vulgar, sentirse protagonista por estar llegando a la esquina de una calle. Escriben continuamente, pero reducen la capacidad expresiva de la lengua a lo mínimo indispensable, y a veces ni siquiera esto, porque sustituyen la palabra por un icono ya prefijado para que no haya ni que escribir; de ahí a la época rupestre apenas hay un paso.
Los primeros avances tecnológicos que comenzaron a transformarnos radicalmente los usos y hasta las costumbres, allá por el final del siglo XIX, fueron vistos como unos nuevos y maravillosos instrumentos llegados al servicio del hombre, que venían a ayudarle a liberarle de algunas de sus limitaciones naturales y de muchos de sus trabajos seculares. Era impensable otra interpretación. Fue quizá su portentoso desarrollo, que llevó que a hoy nos ofrezcan como hechos normales acciones prodigiosas que en ningún otro momento de la humanidad pudieron ser ni siquiera intuidas, lo que los está convirtiendo en un fin en sí mismo. La herramienta es ahora el objeto, porque es una herramienta casi taumatúrgica. Tan seductora que propicia su entrega total a ella y hace que se resientan la personalidad propia, la reflexión profunda, la comunicación personal y hasta el propio conocimiento, ahora sin exigencias críticas y sin más ambición que el dato superficial; las aulas retroceden ante la cantidad de información que es posible obtener fácilmente de internet. El conocimiento se hace volátil, no profundiza en la esencia de las cosas y por tanto no fecunda los actos de la vida. Asistimos a la irreversible expansión del mundo virtual, todo aire, nada.
Alguien dictaminó que existen tres caminos de perdición: las mujeres, el juego y la tecnología, y que de ellos el de las mujeres es el más placentero, el del juego el más rápido y el de la tecnología el más seguro. No podemos adivinar aún cómo influirá esta nueva realidad en el hombre de mañana, porque esta es la primera generación que la experimenta, pero desde un punto de vista puramente material ya comenzamos a ver las consecuencias en su incidencia en la destrucción de puestos de trabajo, sustituidos por programas informáticos de amplio radio de acción. Es imparable, desde luego, pero confiemos. El motor de explosión acabó con los arrieros y la bomba hidráulica con los aguadores, pero ambos fueron asimilados por otros menesteres y la sociedad cerró su hueco. Al fin y al cabo, el principio entrópico general siempre ha de hacer por fuerza una excepción con el ser humano.

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