miércoles, 6 de noviembre de 2013

La sentencia

Llevamos un tiempo en que algunas sentencias de los tribunales sirven para demostrarnos de una vez por todas que las leyes y la justicia no son lo mismo, por más que a veces se confundan. Qué más quisiéramos que fueran sinónimos, pero no. A la justicia la patrística cristiana la tiene como una de las cuatro virtudes cardinales, y la jurídica le dio infinidad de definiciones; en el pensamiento platónico se tenía como fundamento del orden social, de modo que cuando reina la justicia hay un Estado ideal. O sea, que es una meta inalcanzable para el hombre, y sólo podemos tratar de acercarnos a ella lo más posible, precisamente mediante las leyes. Pero tienen que ser justas.
Le han dado la imagen de una doncella con los ojos vendados, una balanza en una mano y una espada en la otra. Lo de los ojos vendados debe de ser para que no pueda ver algunas sentencias que se dictan por parte de los que se supone que han de actuar en su nombre. No hablemos ya de la resolución de esos procesos inacabables, casi todos con algún componente político, y cuyo seguimiento y comprensión sólo están al alcance, si lo están, de unos pocos iniciados y de esos tertulianos que todo lo saben; el resto mira, calla y se encoge de hombros. No. Hablamos de casos cotidianos, fácilmente comprensibles en su causa y en su desarrollo hasta para la mente más sencilla, que no acaba de creerse que su concepto de la lógica y del sentido común pueda estar tan desviado. Enumerar los casos más recientes llenaría un libro, pero este de esos señores de Estrasburgo parece habernos llegado más adentro que ninguno. Hubo demasiado dolor y demasiadas lágrimas por culpa de esos asesinos, demasiado daño a la sociedad, fueron demasiados años de entierros y de sollozos callados para que ahora dejen volver a su casa a una criminal tras haber pagado un año por cada vida que quitó. Ni a esta ni a los otros asesinos y violadores que ven las rejas abiertas gracias a la sentencia de ese tribunal extraño a nuestra realidad.
Surge un coro de explicaciones y de interpretaciones, se hacen disquisiciones tan abstrusas como solemnes, se acude al espíritu de las leyes, al Derecho comparado, a la hermenéutica en clave progresista y, en definitiva, al qué sabréis vosotros, pueblo indocto. Pues uno no mucho y, además, siempre ha tenido claro que el oficio de juez es el último que ejercería en esta vida, así que tienen mi respeto, porque alguien tiene que hacerlo. Y desde este punto de distanciamiento me da la impresión de que se está tendiendo a identificar en su fin último Ley con Derecho, prescindiendo de que éste, en su antiguo concepto de ius, venía a representar, más que un conjunto de leyes y normas, la búsqueda de lo justo. Es evidente que la búsqueda de lo justo ha de partir del legislador, pero quizá la posibilidad de su consecución esté más cerca del juez. Puede que nuestros alcances en materia jurídica se queden tan sólo en los hechos evidentes, pero estos son bastante chuscos: la ley prohíbe que un preso cumpla más de treinta años de cárcel, un juez lo condena a más de tres mil y otro juez lo suelta a los veinticinco. Los legisladores de la nave de los locos lo habrían hecho mucho mejor.

No hay comentarios: